Premio Nacional de Arquitectura: “El espacio público es el living de la ciudad”

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Teodoro Fernández espera la entrevista con Poder y Liderazgo mirando fijo al mar, en pleno borde costero de Antofagasta, lugar donde realizará su siguiente proyecto de espacio público, al haberse adjudicado junto a su oficina y equipo de arquitectos, el Concurso de Ideas Parque Metropolitano Borde Costero de Antofagasta


Arquitecto de profesión, paisajista por elección y Premio Nacional de Arquitectura por todo el trabajo y talento desplegado en más de 40 años de trayectoria, que se desarrolla entre su oficina de arquitectura y su desempeño como docente en la Pontificia Universidad Católica de Chile, realizando proyectos ligados a los espacios públicos y  la vida al aire libre.


¿Cómo se relaciona la arquitectura con el paisajismo?

“El paisajismo o la historia del paisaje tiene una tradición larga en la historia de la arquitectura occidental y moderna. En el renacimiento, nace una cosa de entender el jardín o la naturaleza, como una parte del salón del mundo, de este universo creado”.

“Desde esta lógica, el paisajismo no solo se preocupa del espacio jardín, sino que es el espacio público donde la geografía, la topografía y el verde son importantes,  porque la sombra la puedes lograr con un toldo, o con  un árbol, se trata de poder hacer una vida al aire libre y tener, a pesar de la ciudad, una relación con la naturaleza”.


¿Cuál es la importancia de los espacios públicos en la ciudad?

“La importancia del espacio público se nota cuando se fundan todas nuestras ciudades, porque nadie se cuestiona diciendo, mire este es el centro, esta plaza o esta manzana central, fíjese que no la vamos a construir, no vamos a hacer nada, va ser el lugar donde nos vamos a juntar, donde nos vamos a mirar, donde nos vamos a representar y vamos a construir alrededor de ella. Todas las ciudades tienen una plaza, donde nadie se cuestiona que ese lugar es un espacio público y es de alguna manera, el living de la ciudad”.

“Ahora, las ciudades van creciendo y esta plaza pasa a ser un lugar cada vez más representativo, pero empieza a ser poco para la ciudad, por lo tanto, hay que ir descubriendo otras cosas, porque en la medida que la ciudad crece se aleja la relación de los habitantes con la naturaleza, con el espacio geográfico”.

“Hay ciudades de orilla, donde nunca te alejas, porque hay un borde trazado. Un límite entre el agua y el continente es un lugar maravilloso, único. Es como dibujar el perfil de alguien. Al igual como hemos ido aprendiendo a querer nuestro paisaje, a pensarlo como lugar único, no tenemos que echarlo a perder. Es un lugar muy delicado”.


¿Y qué relación tiene este mismo espacio público con la calidad de vida?

“Es fundamental y de alguna forma es la imagen social de lo que somos. Cada uno puede estar orgulloso de su casa, pero si llegas a estar orgulloso de tu ciudad, de tu país, ese es un lugar memorable. Lo echas de menos cuando no estás en él, cuando no ves el mar. Es fundamental para la calidad de vida, sobre todo en el verano”.

“Antofagasta tiene un problema que no es solo del borde costero y no solo pasa en esta ciudad, sino que está en nuestra organización social; en la coordinación que siempre está al debe en cuanto a los  recursos, la manera de gastarlo y las instituciones a cargo: municipios, intendencias, ministerios. Tiene que haber alguien que tenga una visión holística sobre el tema y creemos que ahí nosotros tenemos algo que decir como profesionales, pero yo me siento aún más como un representante de los ciudadanos, de cómo los ciudadanos queremos usar y vivir nuestro espacio común”.


¿Es lo mismo hacer un parque en una ciudad u otra?

“No es lo mismo, cada ciudad tiene características distintas, por ejemplo, el Parque Inés de Suárez es un terreno totalmente urbano en Providencia, que es una ciudad jardín, por tanto, todas las avenidas y lugares cercanos están arborizados. El parque tiene que incorporarse entonces, a una tradición de calle arbolada. Sin embargo, el Parque Bicentenario de Vitacura, fue de alguna manera, descubrir que siendo una comuna central, rodeada de otras comunas residenciales, podía tener a pesar de ser en otro formato, algunas características del parque de Providencia, es decir, creerse el cuento de que limitan con la naturaleza”.

“Hay un arquitecto que decía: “yo no inventé el edificio, yo inventé el paisaje”. En realidad, todo el chiste fue decirle a la gente de Vitacura: “Miren lo que tienen, vengan y miren lo que tienen”. En cambio, en el Parque Kaukari de Copiapó, la ciudad fue creciendo hasta que pasó al otro lado del río y le fueron sacando el agua, extrayendo piedras y lo fueron transformando en un lugar marginal. Entonces, lo que se trató de hacer en Copiapó, con esa herida en la ciudad, fue convertirla en una especie de alameda, de paseo. No un lugar periférico, sino que central, pero al mismo tiempo cuidar que el río no dejara la escoba en la ciudad. El equilibrio entre ambas cosas fue fundamental. Ocupar la naturaleza a favor, no ir en contra”.


¿Cuáles son las condiciones que destacan en la propuesta para el Parque Metropolitano del Borde Costero?

“Principalmente que es una propuesta que conversa con el entorno y lo que hizo que fuera así, es lo que llamamos “poner en valor”, decir: “miren, miren con lo que cuentan, lo que tienen”. Es lo mismo que le dijimos a la gente de Vitacura y de Copiapó, que aprovechen el lugar, no piensen que lo van a cambiar, porque es muy difícil hacerlo. En realidad, hay que actuar a favor del entorno todo el rato”.

“Ese fue nuestro tema prioritario en la propuesta para este Concurso del Parque Metropolitano Borde Costero, que no hay que hacer cosas desde las rocas hacia el mar, porque ahí la ola es más grande, más resistente”.

“Por ejemplo, Antofagasta ha estado los últimos veinte años persistentemente gastando dinerales en hacer playas, y con treinta kilómetros de costa, son unas playas mínimas, que medirán con suerte un kilómetro. Esto no está bien, porque hay que preocuparse también de las condiciones que ofrece el borde costero antes que querer borrarlo todo. Para mi sorpresa, cuando vinimos para acá, empezamos a descubrir que al norte de Trocadero y en muchas otras partes, habían hecho rellenos de escombros bastante gigantescos sobre la costa, porque la gente cree que las rocas molestan y quieren tener terreno plano para poner pasto artificial y eso es totalmente ridículo, no debería ser así, en una costa que ofrece una belleza y unas condiciones distintas e inigualables”.

“Fundamentalmente de lo que trata la propuesta es que las ciudades tienen elementos positivos y negativos; en Antofagasta hay una costanera que se construyó paralela al borde del mar, a esa avenida como requisito se le pide que tenga un tránsito fluido en los treinta kilómetros de norte a sur, pero no le interesa a la gente, a no ser que vayas en un auto. Hay que ver cómo esa costanera pasa de ser un límite que se desliza a un lugar donde la ciudad se ancla y donde es posible bajar desde los cerros. Tiene que ser un lugar de acogida, de parada, no solamente de paso”.


¿Cómo le gustaría ver a Antofagasta?

“Me gustaría que la gente viera con cariño su ciudad, su propio lugar. Ojalá podamos llegar a eso, sucede que de alguna manera, algunos se aprovechan del espacio público. Por ejemplo, llegan y cercan un lugar: “somos el club de tanto”, otros llegan con su auto hasta la orilla, y esa también es una forma de agredir a los demás o se instalan con carpas, refrigeradores, hacen fuego por dos meses en un lugar que es para todos. Hay que tener ciertas reglas sociales y si alguien quiere hacer esas cosas tendrá que irse a varios kilómetros de la ciudad para que doscientas mil personas de acá puedan aprovechar todos esos lugares y no estar comiéndose la basura ajena”.


Así imagina y tira líneas, con su característica apasionada convicción, este Premio Nacional de Arquitectura que tiene el privilegio de soñar y llevar a la práctica sus visiones en una ciudad donde dibujará el perfil anhelado a partir del borde costero y del deseo de darle a Antofagasta, una mejor calidad de vida.


 

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