Siglo XX… ¿Instinto o Razón?

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Por: Carlos Cantero O. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Académico, conferencista y pensador chileno, estudia la Sociedad Digital y la Gestión del Conocimiento.  Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile


Hace exactamente un siglo, en los albores del siglo XX, europeos y rusos aparecían como los pueblos más desarrollados, cultos y avanzados del mundo occidental.  Reflexionar sobre las experiencias de ese admirado conjunto humano y cultural intriga por su compulsión reiterada hacia la estupidez humana. Cuando digo esto pienso en la dicotómica realidad de una época que parece contradecir aquello de Homo Sapiens y su primacía racional.

Se trata de pueblos capaces de cultivar los más altos valores del espíritu humano y, casi al mismo tiempo, sumirse en las barbaries más insólitas; generar los pensamientos más sublimes y paralelamente las acciones más miserables; ideologías comprometidas con elevadas manifestaciones del humanismo, pero, flirteando con aberrantes concepciones minimalistas de la condición humana, como el Nazismo y el Comunismo y sus múltiples variantes de fascismo o marxismo leninismo.

Los períodos de entreguerra (pre y post) fueron un vértigo hacia el seudo progreso, aunque sin claridad de sentido. ¿Será acaso que seguimos en lo mismo?  Un humanismo extraviado en la búsqueda de excelencia, seres aturdidos por los traumas de su historia, que llevaron a Oswald Spengler, por esta misma fecha, pero, en el siglo pasado, a escribir LA DECADENCIA DE OCCIDENTE, argumentando sobre los ciclos civilizatorios y la vigencia de los valores del humanismo.

El debilitamiento del humanismo tiene correlato en el desarrollo de competencias duras con escaso desarrollo de competencias blandas; la debilidad de las ciencias sociales y humanas cediendo frente a la primacía tecnológica. Esto ocurre en el corazón de países con brillantes pensadores, filósofos, poetas, científicos y empresarios.

En la tierra de Kant y de Nietzsche, el pensamiento rendido frente al materialismo. Así ocurrió también en las otras dolorosas realidades, cada cual, con su estilo, sus protagonistas, colores e insignias distintas, pero, con la misma barbarie e incontenible estupidez humana. Liderazgos dicotómicos de luces y sombras, cuyas consecuencias se arrastran hasta el presente.

La élite emergente irrumpiendo para transformar la historia, como si esta comenzase con ellos, haciendo tabula rasa, borrón y cuenta nueva, asumiendo cambios radicales, criticando o destruyendo lo pasado y soñando utopías supuestamente alcanzables.  ¿Le parece conocido?

Esos pensadores fueron los que llamaron y corrieron a montarse en los trenes rumbo al frente de batalla, artistas e intelectuales que apoyaron la guerra -o la revolución- cantando delirantes las marchas llamando a matar o morir. La consecuencia: 20 millones de seres humanos muertos en la Primera Guerra Mundial (1914 a 1918) y entre 50 y 60 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial (1939 a 1945), entre civiles y militares y como secuela un número similar de heridos y mutilados.  Paralelamente -hasta muy avanzado el siglo XX- fuimos testigos de la crueldad y masacre de inocentes, artistas, intelectuales, minorías étnicas, culturales o sexuales y adversarios políticos, con su secuela de destierro, esclavitud y muerte, derivadas de las reivindicaciones revolucionarias en la órbita comunista (marxismo-leninismo), con una cifra de víctimas equivalente a la sumatoria de ambas guerras mundiales. Lo que deja el siglo XX como una época de inspiración brutal y genocida.  Por cierto, con manifestaciones locales de la guerra fría, en diversos conflictos polares observados en todo el mundo, de los que Chile no estuvo exento.

Se trata de una generación capaz de recordar u olvidar, de amar y odiar, con la misma fuerza, profundidad y velocidad, de acuerdo a su conveniencia ideológica, ceguera partidista o miopía en función de propios intereses, estilo que se mantiene en nuestra cultura como cruel maldición de tara humana (por lo hereditario).  Todo lo anterior en nombre sacro del pueblo, la justicia, la competencia y/o la revolución.  Con parciales predicadores de los derechos humanos, “mirando la paja en el ojo ajeno y no viendo la viga en el propio”. Hipócrita inconsecuencia frente a los abusos según conveniencia política, vergonzoso doble estándar que debilita y relativiza el valor de la dignidad humana ¿le suena local?.

Sigmund Freud, una de esas luces del pensamiento europeo de la época, afirmaba que “en el ser humano predomina el instinto por sobre la razón”.  Al pausar esta reflexión señalo que comparto plenamente ese argumento, extendido mucho más allá de la sexualidad. Los individuos se mueven más por instinto que por una auténtica racionalidad, nuestro desafío es poner en equilibrio al Homo Sapiens y su predominio racional, con el Homo Emoticus y su énfasis emocional, para cambiar la historia y evitar el ascenso de la violencia y la barbarie colectiva, equilibrar racionalidad y emocionalidad; humanismo y tecnología; memoria y olvido; vértigo y pausa; lo viejo y lo nuevo; la coherencia con la hipocresía.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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