La Evolución del PPD

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Por: Gonzalo Prieto Navarrete. Secretario General del PPD región de Tarapacá. Concejal de Alto Hospicio


Se han vertido muchas opiniones con respecto al PPD, muchas de ellas fuera de él. Soy militante desde hace ya 18 años, y me siento con la tranquilidad de tener una opinión sobre mi propio partido.

El PPD se posicionó como un partido de vanguardia dentro de la izquierda tradicional chilena, esto le valió las críticas durante años catalogándolo de partido instrumental y electoralista, de quienes veían en nuestra colectividad el germen de los nuevos desafíos que traía para la política los cambios sociales y políticos del fin del siglo XX y los inicios del siglo XXI.

Sin embargo al interior de nuestro partido surgía una cultura diferente que construía procesos renovadores y rupturistas de la política nacional. Nuestro partido fue promotor de agendas que hoy en Chile parecen lo normal en el discurso público, pero que en su minuto eran consideradas imposibles. Ese capital social y político que nos conectaba con una sociedad emergente fue cambiando por el ejercicio propio del poder burocrático. Abandonamos la calle, nos centralizamos, nos convertimos en una especie de progres acomodados en el Estado, y pese a que siempre ha existido, por sobre todo en la base militante, un fuerte empuje hacia lo contrario el PPD cosecha la siembra del desgate natural. Pasamos de ser la promesa, a convertirnos en uno más de los de siempre, peor aún, involucrados en diversos hechos reñidos con la ética que terminaron golpeándonos fuertemente.

Otro elemento interesante para el análisis ha sido el crecimiento natural de la población de nuestro partido. Quienes fundaron el PPD, quienes recuperaron la democracia y quienes pusieron gran parte de su vida a la causa, parece que vieron en la transición y el gobierno un descanso merecido y bien remunerado de todo su esfuerzo, dejando de lado algo fundamental para cualquier organización política: el futuro. Como hijo de nuestros tiempos una generación del PPD, además muy cercana a las élites de la política nacional, usó el partido para sus propios fines y organizaron el ejercicio partidario a partir de la prebenda estatal. Esto pasó porque justamente se constituye otro gran segmento demográfico importante en el PPD, jóvenes provenientes de sectores medios y populares que encontramos nuestra movilidad social a partir de un partido que ofrecía renovación, cambio y fuerza, pero donde terminábamos siendo el montón que se acarreaba para las elecciones.

La renovación natural se frustró, los amigos que alguna vez soñaron en San Martín con San Martín terminaron absorbidos por las elegantes oficinas gubernamentales, los buenos sueldos, viáticos y la vida que en otras condiciones hubiese sido muy difícil de tener. Prefirieron ser los eternos delfines en vez de matar a los padres y como es natural continuar el camino y la evolución.

Vino la costumbre, el “achanchamiento” que un sistema electoral permitía y los hacia cómodos. Los resultados son claros, pérdida de votos, escaños y legitimidad. Todo aquello necesario para seguir. Pero creer que este es el fin, o peor aún, creer que todo tiempo pasado fue mejor y la gracia es volver a lo que falló, es un mal diagnóstico y en definitiva no logra ver la tremenda oportunidad que tenemos por delante.

¿Irnos?, ¿cambiarnos el nombre? ¡No que va! Sería una estupidez, renunciar a lo bueno y a lo malo, a los aciertos y desaciertos que nos permiten aprender. El PPD debe evolucionar hacia un modelo de partido orgánicamente diferente, conectado con su realidad demográfica, respondiendo a la construcción de su militancia y sus características socioeconómicas. El PPD debe convertirse en una estructura orgánica que da cuenta de la revolución en la que hoy vivimos. Debemos quebrar el paradigma jerárquico y centralista, por uno colaborativo y descentralizado. Nuestra evolución se basa en mantener nuestra capacidad de leer la sociedad que tenemos y la que se nos viene, y seguir conectado la política, a la cuestión pública con las decisiones que benefician a todos y que adaptan la democracia a las nuevas formas de relacionarnos.

No podemos querer evolucionar con formas de organizarnos como en el siglo XX. ¿Quién entiende un partido donde sus jóvenes, los llamados a cambiar el mundo, están relegados a una institución de los años 60 llamada “juventud” esperando el certificado de la adultez? Acaso Jobs, Zukerberg, Musk, esperaron a que les entregarán la oportunidad. Pues no.

Sabemos el camino que hay que seguir, conocemos el mundo que está y se nos viene. Debemos equivocarnos rápido y crear un modelo colaborativo del siglo XXI para seguir colocando en la discusión y en la decisión pública las ideas de un proyecto para Chile, que garantice la felicidad de las personas.

Lo que nos pasa es una tremenda oportunidad.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.

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