“No, gracias” al monopatín eléctrico

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Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política


Los drones y los monopatines eléctricos (también llamados patinetes o scooters) serán los regalos de moda para esta Navidad. Mucho se habla de ellos con el objetivo de mostrar sus bondades y aplicaciones pero poco se dice sobre sus desventajas e inconvenientes. En esta ocasión, nos ocuparemos de los monopatines eléctricos, la  última innovación que está invadiendo las calles de las principales ciudades del mundo.

Los orígenes de este aparato están en el clásico monopatín a dos ruedas. Solo se le agregó un motor eléctrico con baterías recargables. Y, gracias a esta innovación, es promocionado como ejemplo de movilidad sostenible y por lo tanto, ecológica. Sin embargo, una cosa es la publicidad y otra cosa es la realidad.

Entre las cualidades que promocionan el aparato se destaca que este tipo de movilidad no contamina. Efectivamente, el aparato no emite gases a la atmósfera pues utiliza un motor eléctrico, pero decir que no emite CO2 no es del todo cierto: su uso en las ciudades produce una contaminación indirecta muy importante.

Para comenzar diremos que este aparato funciona con una batería que debe cargarse con electricidad de la red. Pero la red, por ejemplo en Chile, solo tiene 20 por ciento de energía renovable y limpia; por lo tanto existe un 80 por ciento del tiempo de carga que se realiza con energía producida por carbón, gas y/o petróleo. Además, como estas baterías se pueden recargar un máximo de 300 veces, su uso diario nos obligaría a tener que cambiarlas una vez al año. Entonces, ¿quién se va a hacer cargo de esta enorme cantidad de desechos altamente contaminantes?

La segunda cualidad promocionada es el costo barato de la energía empleada. Esto tampoco es verdad. Las baterías que se utilizan necesitan para una carga completa entre 8 y 10 horas promedio de conexión a la red eléctrica, es decir, estamos hablando de un costo de casi un dólar por día. Este alto valor de la recarga de la batería es lo que ha llevado a la proliferación en el mundo de empresas que ofrecen el arriendo del aparato a razón de cien pesos el minuto.

Pero finalmente,  el principal problema que encontramos en el monopatín eléctrico es el espacio y el protagonismo que pierden los peatones y las bicicletas. Está claro que estos vehículos eléctricos se desplazan por las aceras en los tramos donde no hay ciclovías y como éstas son muy escasas, terminan desplazando al peatón o atentando contra su seguridad. Ya en España, en sus primeros seis meses de uso, han provocado la muerte de un adulto mayor y más de doscientos heridos. El problema se transformó en un asunto de tal gravedad que en Madrid han sido temporalmente prohibidos hasta que la ciudad adopte una regulación para su uso. Particularmente, con esta aparente solución de movilidad, han sido perjudicados los peatones y todos aquellos que se movilizan en sillas de ruedas.

En América Latina, cuyas ciudades carecen de una red significativa de ciclovías, estos monopatines eléctricos no están surgiendo como una alternativa al auto. Al contrario, se utilizan para remplazar a la bicicleta y para que la gente pueda desplazarse de un lugar  a otro en una corta distancia.

Está bien reciclar, mejor es reutilizar pero lo que realmente necesitamos es reducir el uso de la energía externa que necesita aportes de tecnologías sofisticadas para su producción. Si queremos enfrentar con éxito el cambio climático debemos reducir el uso de la energía en todos los ámbitos. Lo mejor que podemos hacer para trasladarnos en tramos cortos en la ciudad es simplemente caminar o usar la bicicleta que son realmente las dos formas de movilidad menos contaminantes, las más baratas y también las más saludables.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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