Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
“Veranear” es pasar el verano en un lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside. Obviamente, el concepto de veranear está vinculado con la estación del año y, hasta antes de que se manifestara el cambio climático, era una estación que estaba vinculada con las buenas temperaturas, el clima agradable y los días de descanso en el colegio y en el trabajo. Gracias a este descanso de vacaciones, muchas familias deciden visitar lugares lejanos con playas o montañas. Es también habitual viajar al pueblo de origen o al lugar donde se encuentran los seres queridos para visitarlos.
Lo cierto es que los hábitos de veraneo y de turismo varían según cada familia aunque también se ven claramente modificados por las circunstancias económicas del momento. Muchas familias permanecen en su lugar de residencia para introducir mejoras en sus casas o simplemente porque no tienen los medios para salir de vacaciones.
Más allá de las particularidades de cada caso, el veraneo que hasta ahora puede considerarse como habitual, podría cambiar para la mayoría de los chilenos que viven en la zona centro sur -la región más poblada del país- a raíz del cambio climático, sus sequías y las olas de calor.
Se denomina ola de calor a los períodos de tiempo en que la temperatura en una región permanece mucho más alta que lo normal. Generalmente se trata de temperaturas muy elevadas que duran tres o más días. Estos períodos de temperaturas altas son normales en la historia del clima y no deberían sorprendernos.
Sin embargo, lo nuevo es el aumento de su ocurrencia como fenómeno climático y eso es lo que está directamente asociado con el cambio climático. Según un reportaje sobre el tema realizado por la revista Qué Pasa “sólo en Santiago (Estación Quinta Normal) y según los registros de la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), los eventos de ola de calor están aumentando sobre todo en los últimos años: si entre el año 1990 y 1999 se registraron 10 eventos de este tipo, entre el 2000 y 2009 llegaron a 22, mientras que en los últimos siete años (2010-2017) ya suman 33”. En este contexto, los meteorólogos esperan al menos entre seis y ocho olas de calor para esta temporada en la zona centro sur de Chile.
Esta situación se ha agravado en nuestro país, principalmente en esa zona, por la presencia simultánea de otro fenómeno climático provocado por el hombre que es la sequía. La destrucción del hábitat natural por las plantaciones forestales que sustituyeron al bosque nativo, las destrucción de los humedales, la pérdida de los ríos y afluentes naturales producto de las plantaciones intensivas agrícolas, son algunas de las causas de la sequía prolongada que ya lleva más de ocho años.
Si a esta situación no la cambiamos en el corto plazo, precisamente en los próximos 12 años como han señalados los científicos nucleados en el IPCC, arribaremos a un punto en el que no podremos revertir el proceso, es decir, será un punto de no retorno. Llegado ese momento, las olas de calor se transformarán en permanentes y nos acercarán a un estado que los principales climatólogos del mundo denominan “Tierra de Invernadero”.
Nuestro país no se está preparando para enfrentar estos escenarios climáticos pues no hay indicios de que estemos buscando o practicando formas de vida más sustentables. Tan sólo durante el año 2018, los chilenos compramos más de 417 mil autos de los cuales únicamente 197 fueron eléctricos, amigables con el medio ambiente.
Los hechos son más fuertes que las palabras y, a la hora de enfrentar el cambio climático, el tiempo de las palabras ya pasó. Ante esta realidad, podemos aprovechar el verano para comenzar el proceso de adaptación o para visitar zonas donde podamos potencialmente emigrar, lugares que sean más soportables desde el punto de vista climático. La adaptación no se hace solamente comprando climatizadores que dependen de un suministro de energía que a medida que pase el tiempo será cada vez más caro, escaso o intermitente. Al contrario, debemos adoptar formas de vida más simples, por ejemplo, centradas en el prosumo que es producir nosotros mismos lo que consumimos por medio de la reapropiación de habilidades y el uso de instrumentos que nos permitan alimentarnos, vestirnos y alojarnos. Hay que volver a practicar la vida al aire libre y para eso, una opción es volver a acampar para afrontar las distintas inclemencias de un tiempo que se tornará cada vez más variable.
El veraneo puede ser también una forma de prepararnos para sobrevivir y hay que aprovechar que esta actividad se puede hacer ahora de forma alegre y distendida junto a los seres más queridos.
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