Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
La “eco-ansiedad” es definida por la Asociación Estadounidense de Psicología como “un miedo crónico a la destrucción medioambiental”. Ese miedo hoy se expresa como ansiedad frente al impacto que puede tener el cambio climático en las personas, en sus familias y en sus entornos más cercanos. Es un sentimiento de pérdida y también de duelo que incide en lo personal pero que podría transformarse en una verdadera epidemia al afectar la salud mental de gran parte de la población.
En su mayoría, las personas le tienen miedo al fin del mundo –al fin del planeta Tierra- cuando en realidad lo que está en juego es el fin de una civilización, la industrial. En este punto y para comenzar, debemos destacar que el fin de una civilización es un proceso de colapso que la humanidad ya ha vivido más de cien veces a lo largo de toda su historia y del que se ha recuperado también en múltiples ocasiones.
Aún así, Greta Thunberg, la famosa niña sueca que a sus 15 años resolvió faltar a clases todos los viernes para plantarse frente al Parlamento y exigirle a los políticos medidas concretas contra el cambio climático, lanzó una dura advertencia en el Foro Económico Mundial, el Foro de Davos. Greta sentenció: “Los adultos siempre están diciendo que tienen el deber de dar esperanza a los jóvenes. Pero yo no quiero su esperanza. No quiero que nos hablen de esperanza. Quiero que entren en pánico”.
Raúl Sohr en su libro “Desastres: Guía para sobrevivir” cita al investigador Hernán Goldstein, director en Italia del “Centro di Ricerca Linguaggio e Comportamento”, que señala que “Frente a situaciones de desastre, entre el 10 y 15 por ciento de las personas mantienen la calma, logran elaborar pensamientos coherente y eventualmente tienen la habilidad para guiar a otras personas.
Alrededor del 70 por ciento de las personas pierden el control de sí mismas, algo que redunda en comportamientos irracionales. El restante 10 a 15 por ciento no sólo pierde el control sino que también se paraliza y empeora la situación”. Es decir, entre el 80 y 90 por cierto de la población mundial podría sufrir síntomas de lo que llamamos “ecoansiedad”.
Como también lo afirma Santiago Sáez en el periódico digital La Marea, “Además de los trastornos mentales que causa el miedo a un desastre inminente o a la pérdida de paisajes, la ansiedad también nace de la pérdida de la vida que habíamos imaginado y las comodidades a las que nos habituamos. Como niños ante una vacuna, la gente tiene más miedo a las soluciones que a las consecuencias del problema”. Luego, Sáez recurre al investigador Andreu Escrivá para concluir que “Causa ansiedad saber que debemos renunciar a volar, a comer carne o a coger el coche. La reacción de mucha gente es, ante dos escenarios de pérdida, maximizar el beneficio presente sin tener en cuenta lo que ello significa para el futuro”.
Entonces, estimamos que esta actitud se puede encontrar, lamentablemente, en la mayoría de la población de nuestro país y del planeta; en torno al 80 o 90 por ciento de la población total, como ya mencionamos.
Esas mismas personas también es probable que sean más proclives a apoyar soluciones autoritarias a la crisis civilizatoria y a un eventual colapso por causas climáticas, al aceptar la pérdida creciente de libertades a cambio de la obtención de niveles mínimos de seguridad que les permitan subsistir. Y es por eso mismo que consideramos que los regímenes autoritarios encuentran un escenario que les brinda muchas probabilidades de triunfar.
Sin embargo, en este mismo contexto y sin dejar de reconocer que la principal respuesta para enfrentar el cambio climático es una reforma estructural que debe provenir de la elite política y económica que nos gobierna, la ecoansiedad puede tener un aspecto positivo y es lo que queremos resaltar. Como personas, tenemos mucho que hacer para superar la ecoangustia y encaminarnos con una esperanza activa por la vía de la simplicidad. En esa dirección, son tres las tareas que consideramos indispensables.
En primer lugar, adoptar el sabio precepto budista que afirma que tanto el día pasado como el que va ocurrir no existen y que sólo existe el día de hoy. En materia de cambio climático eso significa que tenemos que hacer conscientes todos nuestros actos cotidianos: realizar sólo compras necesarias y eliminar de la lista los productos que contaminan nuestro ambiente, elegir las modalidades de transporte que menos CO2 emiten, comer sano con productos locales o autoproducidos, entre otros ejemplos. A esta acción la llamamos “votar con los pies” ya que nos permite lograr una mayor autonomía con respecto a la sociedad del consumo.
En segundo lugar, comenzar a hablar sobre el cambio climático y sus distintos escenarios con los familiares, los amigos y los compañeros de trabajo. Debemos realizar conversatorios por lo menos en la esfera de lo privado pues en lo público la elite dirigente no quiere discutir temas que considera tabú como la gravedad de la situación actual, el colapso civilizatorio o el decrecimiento económico necesario para reducir las emisiones de CO2 en la atmosfera.
Finalmente, en tercer lugar, exigirles a los políticos y empresarios que traten con urgencia el cambio climático y declaren el Estado de Emergencia Climática como lo está impulsando el movimiento global Rebelión contra la Extinción (que tendrá un nuevo relanzamiento en los próximos días).
Lo importante es que aún hay mucho que podemos hacer a partir de una esperanza activa y es hora de ponernos en acción.
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