Por: Sergio Urzúa. Coordinador de Políticas Sociales CLAPES-UC. Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago
La convulsión de estos días desborda. ¿Se controla la violencia? ¿Cómo interpretar las marchas multitudinarias? ¿Qué quiere decir un nuevo pacto social? ¿Es el fin real de la transición? Esto es aún noticia en desarrollo, pero las cosas decantarán. El mea culpa de matinal dará paso a un análisis más reflexivo por parte de las elites. En ese proceso será necesario hacer seguimiento a dos fuentes de incertidumbre esenciales. Éstas, como muestra la historia, definen el resultado final de situaciones como la que vive Chile: un nuevo estadio de progreso o subdesarrollo permanente.
La primera es la inestabilidad política. El dramático ataque contra el metro de Santiago, el vandalismo desenfrenado, luego carnavalescos toques de queda y protestas masivas, dejaron al chileno promedio asustado y desencajado. A esto sumó un tsunami irreflexivo propagado a través de los medios de comunicación que lucraron con el caos, estrategia irresistible para una nueva generación adicta al utópico universo paralelo de las redes sociales. Ese escenario genera naturalmente gran fuerza centrifuga. Algo de eso ya vimos. La polarización ha tendido a acrecentarse. Aquí se sitúa la gran prueba para la democracia. Que llegue al poder una coalición con posiciones radicales, deseosa de desmantelamiento viscerales, sería un infortunado resultado.
Segundo, la inestabilidad económica. Las cifras no mienten: entre el 2014-19 la economía no logró generar los niveles de crecimiento y progreso prometidos y demandados. Ahí nace gran parte del malestar. Se anticipa, además, una situación similar en los siguientes años. Así, con miles de personas manifestándose en las calles, con listados de petitorios que se multiplican a diario, el trabajo debe ser quirúrgico y templado: control del orden público, un relato social claro, una secuencia de políticas bien enfocadas y financiadas. Pero sin contraparte clara con quien negociar, la clase política puede caer en la tentación de hacer lo incorrecto: tensionar el sistema económico para resolver en días los problemas históricos de una nación en vías de desarrollo.
Se habla de evitar el populismo, pero poco del atolondramiento. Esta es la gran prueba de la institucionalidad económica. Argentina, por ejemplo, la ha fallado brutal y sistemáticamente. Un giro equivocado podría extender el mediocre desempeño, afectar los equilibrios fiscales, no avanzar en materia de desigualdad y desproteger al país frente a los vaivenes externos. Para la gran clase media, que demanda más y no menos consumo, el golpe sería duro y permanente.
A principios de siglo se pensó que el paso al desarrollo de Chile estaba a la vuelta de la esquina. Con los años ha sido necesario ajustar las expectativas. Lo de los últimos días justifica el atraso. Más allá del frívolo e irresponsable desafío a la policía y fuerzas armadas de algunos, una sociedad que no puede asegurar el orden público no es desarrollada, punto. Eso requiere ocupación inmediata. En el mediano plazo, las elites deben evitar espirales de incertidumbre. Lo bueno es que existe una ventana de oportunidad. ¿Cómo aprovecharla? Con calma, visión y mucha Patria.
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