[Opinión] Relevancia sesgada

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Por: Fabián Baldovinos. Chief Operating Officer de Reprise


El 22 de enero de 2018, Mike Wendling publicó un artículo titulado “The (almost) complete history of ‘fake news’”. En éste, entre otras cosas, menciona que una búsqueda del término fake news en Google le arrojó en ese momento 5 millones de resultados. Al momento de escribir esta columna y realizar la misma prueba, Google me arrojó 1,480 millones de resultados. Esto equivale a un crecimiento de 29,500% en resultados de búsqueda relacionados al término, y en esto radica la importancia de este tema, sobre todo por el complejo clima socio-político-económico que estamos viviendo en Chile, Argentina, México, Bolivia, resto de Latinoamérica, España, Estados Unidos, y otras partes del mundo.

Como siempre la semántica es clave, así que lo primero que debemos hacer es corregir el término, ya que en sí las fake news no son noticias, sino historias que son escritas y publicadas con la intención de engañar a la gente; cuyo objetivo es dañar a una entidad o persona, con la finalidad de obtener algún tipo de ganancia política o financiera (poder, al fin y al cabo), utilizando el sensacionalismo para buscar llamar la atención y así obtener más miradas.

Esta forma de actuar está basada en una estrategia ampliamente utilizada por gobiernos, think tanks, y otros grupos, para lograr sus fines perversos: la propaganda. Joseph Goebbels, quien fuera responsable del ministerio de educación popular y propaganda nazi, dijo que “más vale una mentira que no pueda ser desmentida que una verdad inverosímil”. Goebbels definió 11 principios de la propaganda, y es el décimo el sobre el cual quiero direccionar mi atención hoy, ya que encuentro que es el más poderoso, peligroso y utilizado hoy en día, explotado en exceso a través de las redes sociales y aplicaciones de mensajería:

Principio de la transfusión: por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

Sin duda, el caso más sonado de los últimos años relacionado a propaganda, ha sido el de Cambridge Analytica, consultora política inglesa contratada por Kushner y Manafort en 2016, para la campaña presidencial del candidato republicano de los Estados Unidos, Donald Trump. A través de la minería de datos (ilegal) de cuentas de redes sociales, corretaje de datos, y análisis de éstos, Cambridge Analytica logró identificar a personas, a las que llamaban persuadables (persuadibles), que no estaban definidas por un partido político. Al hacerles llegar mensajes que apelaran a alguno de los sustratos preexistentes a los que se refería Goebbels, lograron influenciar en éstas personas a tal grado que cambiaron el rumbo de las elecciones.

La importancia del caso de Cambridge Analytica radica no sólo en las poderosas segmentaciones logradas por sus algoritmos o en los millones de mensajes creados para las distintas personas (sitios web, memes, historias, etc); sino en las plataformas de distribución: Facebook, Instagram, Twitter, WhatsApp. Fueron éstas las que permitieron la rápida difusión de un mensaje, ya que era compartida un sinnúmero de veces; sin importar que la información fuera falsa o vieja.

Cuando brincamos un par de años y aterrizamos en Chile, podemos ver que algo muy similar está ocurriendo. Si bien no se ha comprobado (aún) que exista un ente externo que esté detrás de la violencia y algunas protestas, que haya contratado los servicios de Hyp3r o alguna de las otras compañías que tomaron el lugar de Cambridge Analytica, el efecto que estamos viviendo en el país es el mismo. Mucha información está siendo compartida a través de las redes sociales en formato de video, imágenes, o texto, cuya finalidad más que informar es fungir como desestabilizadores, causando ansiedad, miedo, enojo, y otras emociones en las personas que las reciben. El efecto se intensifica cuando, debido a nuestra esfera social, recibimos de nuestros grupos los mismos mensajes con una altísima frecuencia. Pero, ¿qué es verdadero y qué es falso? ¿cuál es el contexto de la foto o video? ¿es reciente o es de tiempo atrás? Esto es lo que deberíamos preguntarnos antes de compartir información, sin embargo, la tentación es mucha y hacerlo toma menos de un segundo.

Una de las soluciones para terminar con la desinformación sería acudir a fuentes formales, como, por ejemplo, los noticieros que están cubriendo el minuto a minuto de las movilizaciones. Pero la realidad es que el amarillismo de los medios de comunicación tampoco ha ayudado mucho, y en ocasiones causa mayor ansiedad y confusión.

En el año 2010, el activista de Internet, Eli Pariser, acuñó el término filter bubble (burbuja de filtro en español), que se refiere a cómo aquello con lo que más interactuamos en Internet comienza a ser percibido como más relevante gracias a los algoritmos de compañías donde pasamos la mayoría de nuestro tiempo digital, como son Google y Facebook. El gran problema es que cuando un algoritmo filtra en base a lo que definió como relevancia, éste deja afuera información que nos ayuda a nutrir nuestros puntos de vista, pues nos sesga y encierra en nuestra burbuja, decidiendo por nosotros qué contenido veremos, y peor aún, qué contenido jamás veremos sin tener la capacidad de saberlo.

En un mundo en donde la atención se ha convertido en el recurso más escaso, en donde la situación social se altera con los mensajes que recibimos, y en donde es prácticamente imposible estar despegado de las redes sociales y servicios de mensajería, nunca ha sido tan valioso hacer una limpieza primaveral de contactos.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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