Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
La década pasada fue la más calurosa desde que existen registros según un informe realizado por la NASA y el Departamento Nacional de Asuntos Oceanográficos de Estados Unidos. Esto se debe al aumento continuo de la temperatura promedio del planeta, la que es registrada en diversas partes del mundo y desde hace 140 años por unas 40 mil estaciones meteorológicas.
El planeta está absorbiendo hoy más calor que el que puede disipar debido a la acumulación de gases de efecto invernadero, entre los cuales se encuentra el CO2 que se genera con el uso de combustibles fósiles como el petróleo, el gas o el carbón.
Todo parece indicar que esta temperatura promedio seguirá aumentando y su principal efecto sobre el clima será el incremento en los eventos extremos como las olas de frio y de calor, las sequías, los huracanes, los incendios forestales. Estos eventos ocurrirán con mayor intensidad y frecuencia y se convertirán en una nueva normalidad climática con la que tendremos que convivir.
Los incendios que vimos en Australia transformaron a ese país en lo que el diario español El Mundo llamó “La zona cero del cambio climático”. Así como la Plaza Baquedano en Santiago se convirtió en la zona cero del estallido social y Wuhan en China es la zona cero del coronavirus, Australia es el epicentro de la crisis climática. Esta situación convierte a la crisis en una realidad para los millones de habitantes del planeta que aún la consideraban una amenaza abstracta o muy lejana.
La comunidad científica mundial advirtió que si no somos capaces de detener el aumento de temperatura en 1,5 grados, lo que sucedió en Australia podría extenderse a todo el mundo a fines de esta década. En la actualidad llevamos entre 1,2 y 1,3 grados de aumento en la temperatura. Estas cifran nos señalan que la reducción urgente y necesaria de CO2 representa un esfuerzo casi titánico para la humanidad. Es por eso mismo -y por la falta de voluntad política que demuestran los países más contaminantes- que nosotros la consideramos prácticamente imposible de realizar.
Los nuevos modelos climáticos sobre los cuales comenzarán a trabajar los científicos vinculados a la ONU sugieren que el aumento de la temperatura máxima de 2 grados para el 2100 –lo que había sido fijado en el Acuerdo de París- se alcanzará 60 años antes, en la década de 2040. Al mismo tiempo, señalan que al ritmo actual de reducción en las emisiones, los fatídicos 1,5 grados se alcanzarán entre 2026 y 2027. En estos tiempos tan acelerados, todo parece indicar que la crisis climática va camino a convertirse en una crisis civilizatoria en pocos años más.
¿Qué podemos hacer frente a esta nueva normalidad climática? No tenemos muchas alternativas: debemos prepararnos para una adaptación profunda que contemple el escenario del colapso de la civilización.
La adaptación deberá prepararnos como personas y como comunidad para encarar las tres etapas del probable colapso. En primer lugar, la llegada de la era de la escasez en relación a nuestros servicios ambientales básicos como el agua, el aire, la energía y los alimentos. Luego, la etapa de la supervivencia y su período de inestabilidad, para después alcanzar los años dedicados a la construcción de una nueva civilización humana, una que sea no violenta y en la que predomine la armonía entre todos los seres vivos que forman parte de la naturaleza.
Creemos que es cada vez más urgente emprender la vía de la simplicidad. Así podremos aumentar nuestra independencia frente a la sociedad de consumo y estaremos en condiciones de satisfacer de forma autónoma y/o comunitaria nuestros elementos vitales. En el período de desarticulación de nuestra sociedad lo que primará será la satisfacción de necesidades vitales por sobre otro tipo de necesidades consideradas secundarias.
La adaptación profunda es un proceso que debe comenzar antes de que los problemas de escasez se generalicen. Un ejemplo puede ser el caso del agua. No debemos esperar el anuncio de racionamiento para desarrollar nuevas formas de reutilización y almacenamiento. En simultáneo, debemos exigir que el agua sea considerada un bien natural de uso público. En esta nueva normalidad, frente a la escasez, tendremos que desarrollar y fortalecer la esperanza activa para estar preparados.
Desde nuestro punto de vista, el colapso civilizatorio dará paso a una nueva civilización como ya sucedió más de cien veces a lo largo de la historia. Entonces, lo que está en juego no es la continuidad de la vida en el planeta en sí, sino la continuidad de muchas especies, entre las cuales también se encuentra la especie humana. Aquí el lector podría preguntarse: “¿En este enfoque de la crisis climática realmente hay lugar para la esperanza?”. Para contestar a esa pregunta, hacemos propias las palabras del profesor de la Universidad de Cumbria, Jem Bendell, en su libro This is not a drill: “Sinceramente no puedo esperar un futuro mejor, así que en su lugar espero un presente mejor”.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.