[Opinión] La Corona del Virus

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Por: Víctor Bórquez N. Encargado de Comunicaciones de Casinos RIVER SpA


Ahora que el tema inevitable en el mundo es el coronavirus, bien vale plantearnos una reflexión respecto de sus alcances en el comportamiento de una sociedad que, de manera súbita, se vio transformada en sus bases. Fue como despertarse de una mala noche para darse cuenta que la pesadilla recién empieza.

La pandemia tiene un punto de origen definido: la localidad china de Wuhan, pero no tiene una fecha de término hasta este momento y muchos estudiosos de los aspectos sociales han querido ver en este flagelo una suerte de gatillante que evidenció otros temas, que hasta entonces permanecían sumergidos, pero que eran inevitables: el egoísmo de un modelo capitalista caracterizado por sus desigualdades brutales, el quiebre de una cultura basada en rumores y falsedades a través de las redes sociales y el aumento de conductas de histeria colectiva que sorprenden por su potente despliegue.

En este sentido, resulta interesante rescatar el viejo concepto del mediático Marshall McLuhan cuando, en la década del sesenta del siglo pasado, repetía incansable que el mundo se convertía a pasos agigantados en una aldea global, que trataba por todos los medios de recuperar identidad a partir de lo local, aun cuando tenía plena conciencia que tal vez la solución para no perder la seguridad social estaba en pensar en una alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, en donde las nociones de solidaridad y cooperación tenían que ser removidas por algún acontecimiento que le recordara a los seres humanos su finitud y su egoísmo.

En cierto sentido, el coronavirus ha significado una toma de conciencia precisamente de los límites de las sociedades, demostrando de modo increíble que la tecnología no alcanza a frenar la pandemia y que el imperio de las redes sociales tiembla cuando se necesitan certezas antes que noticias falsas o fake news.

Ha sido un violento alto, para que algunos recuperaran la cordura en el camino del ascenso egoísta que venían desarrollando. Ha significado recuperar hábitos arcaicos como el concentrarse en casa, en familia, recuperando la llama del fuego ancestral, parafraseando a McLuhan y, por cierto, viene a demostrar que danzamos en una cuerda tan frágil que ni siquiera la advertimos.

¿Será que de verdad hemos recuperado el sentido de pueblo, de familia, de clan? ¿Es real que el virus nos obligó a unirnos y nos puso en la disyuntiva de recuperar una solidaridad global? Paradójicamente, se nos recuerda y subraya que debemos evitar el contacto entre personas e incluso nos instan a aislarnos.

Pero conviene meter el dedo en la llaga: el coronavirus es la punta del siniestro iceberg. Por debajo de la superficie están esperando su turno otras catástrofes no menores como el calentamiento global, la sequía, la desaparición de especies esenciales en la cadena animal, el aumento de las olas de calor y frío y las tormentas que se suceden en diferentes puntos del planeta.

Desde luego que la única respuesta ante tanta desgracia es actuar con lucidez antes que con pánico. Así pues, es realmente urgente llamar al trabajo colectivo y coordinado por un ente eficiente que sea capaz de pensar en lo global desde lo local.

Otra lección del coronavirus es de alcance personal, porque el ser humano está obligado a aprender a controlarse y a disciplinarse, tanto en movimientos de comunicación con los otros como también consigo mismo. Y en este escenario, los expertos reafirman que la realidad virtual bien manejada sea la única posibilidad de tener alguna certeza en este nuevo mapa de las interacciones.

Y nuevamente la paradoja: si bien la realidad virtual e Internet sean uno de los caminos, no debemos olvidar que precisamente este mundo tecnológico está plagado de virus, es decir, que en su propia estructura se encuentran virus digitales capaces de infectar el espacio-web y hasta destruir tanto el corazón (software) como el armazón (hardware).

Así, de un día para otro, se produjo la viralización, el desplome de los mercados, y la perturbación creciente del mercado internacional, con sus lógicas consecuencias globales. Cambiaron las costumbres y el panorama de la sociedad en su conjunto. Resurgieron miedos ancestrales y nos llenamos de explicaciones que abarcan desde las teorías conspirativas hasta la posibilidad de la manipulación genética.

Es el virus, claro, con su siniestra corona.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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