[Opinión] El miedo a los Constituyentes Indígenas

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Por: Diego Ancalao G. Analista político mapuche y Presidente de Fundación Instituto de Desarrollo del Liderazgo Indígena


Se levantó una voz potente, que provenía de los rincones más olvidados, de los suburbios, de la periferia y que lanzó un grito de liberación. Este desahogo, de una impotencia acumulada por tantas generaciones, fue un mensaje nítido y preciso para la gran mayoría de los habitantes del Chile postergado. Sin embargo, para algunos, esa voz sonó como la marcha fúnebre de Chopin y como una clara amenaza a los privilegios, que con tanto esmero cuidaron como su mayor tesoro.

Ese mensaje, que emanó desde las entrañas del pueblo y no precisamente de los partidos políticos o de la institucionalidad democrática que nos gobierna, ha definido la agenda pública de los próximos años. A pesar de ello, existe un manifiesto intento, de todos aquellos que están viendo afectados sus intereses, por administrar ellos la forma en que aquella agenda se implementará. Y hemos sido testigos directos de cómo esa casta dominante hace esfuerzos denodados por aparecer distinta y conectada con las urgencias que plantea el bien común. Este espectáculo –tan propio de una “adaptación camaleónica”– presenta facetas verdaderamente grotescas y poco dignas, de personas a quienes conocemos demasiado bien como para confiar en esta conversión repentina.

Todo el mundo tiene derecho a equivocarse y rectificar, lo que es muy propio de la naturaleza humana. Pero otra cosa es disfrazarse y maquillarse, para tratar de estar siempre al tono de los tiempos y buscar mantener el control de los hilos que mueven al poder. Esto último podría no ser un asunto inconveniente, si ello estuviera definido por la decisión de servir a la causa de quienes siguen esperando que el desarrollo los incorpore de una vez por todas.

Probablemente, el mejor símbolo de la re-evolución de la acción política ciudadana del último tiempo sea el apoyo a las demandas indígenas por parte del pueblo de Chile, cuestión que ha quedado de manifiesto en el uso, incluso internacional, de la bandera Mapuche y la de los demás pueblos indígenas, como un símbolo de rechazo a la casta política. También es un gesto de reivindicación del Chile de los excluidos del modelo de desarrollo, que han comprobado en los hechos que han sido condenados a la pobreza y a la falta de oportunidades, como si esta condición fuera una suerte de designio divino.

Cada vez que el pueblo mapuche ha reclamando sus demandas centenarias, los y las que administran el poder nos responden con asesinatos, criminalización, violaciones, torturas, cárcel y, en el mejor de los casos, con falsas promesas y engaños. Este es un patrón de conducta, que se manifiesta en las respuestas que se le ha dado al pueblo de Chile respecto de su exigencia de justicia y el simple respeto de sus derechos.

Soy consciente que en esta legítima y necesaria movilización social, también han actuado grupos radicalizados que han decidido priorizar actos de violencia, los carabineros de civil comprobadamente infiltrados podrían ser el motor de esto, que lo único que consiguen es una respuesta que justifica el accionar represivo de una autoridad, que ni siquiera es capaz de entender el problema y, mucho menos, estar dispuesto a encontrar una solución mínimamente razonable.

Pero ¿por qué la casta política cuestiona escaños reservados indígenas en la nueva Constitución? Las respuestas son conocidas y muy variadas, pero comienzan con un racismo colonialista que mantiene un desprecio muy evidente ante quienes han sido declarados políticamente interdictos y ciudadanos de segunda categoría. Estos grupos de poder, prefieren al pueblo mapuche y los demás pueblos indígenas confinados a expresiones folklóricas, que los mantengan como una “curiosidad antropológica” o simples piezas de museo. Pero cuando exigimos poder político real, derechos económicos y territoriales de verdad, ahí el asunto se vuelve una incomodidad de la cual es necesario deshacerse lo antes posible.

Resulta a lo menos jocoso que un Estado de apenas 200 años se arrogue la “propiedad” del pueblo mapuche, que existe hace miles de años. Tanto es así, que incluso el artículo 7 de la Ley Indígena dice: “El Estado tiene el deber de promover las culturas indígenas, las que forman parte del patrimonio de la Nación chilena”. El mundo al revés, como decía Galeano.

Entonces, ¿cuál es el problema real detrás de los cupos reservados? El asunto radica en el poder político que los indígenas nunca hemos tenido, desde que se fundó esta República incapaz de reconocer su esencial plurinacionalidad. Esa casta, que se encarna en los acuerdos tácitos del Gobierno y la oposición de turno, ha permitido asegurar que las cosas no cambien de verdad. La estrategia se reduce a la idea de limitar la participación de los independientes, haciéndolos irrelevantes en las decisiones fundamentales. El diseño consiste en tener independientes para garantizar la legitimidad del proceso constituyente, pero con ninguna capacidad de alcanzar los cambios que se necesitan.

En un escenario indeseable para las elites del poder, la irrupción de 24 indígenas determinaría los resultados de las votaciones de la nueva Constitución, y esta minoría indígena unida pone en peligro los acuerdos de los 2/3 entre el Gobierno y la oposición. Ahí radica el miedo real, demasiados “indios para tener poder político para decidir”, especialmente cuando podríamos –sin duda– ser una oportunidad para el Chile invisible, al poner y respaldar sus demandas y no las de la casta política. Así, nuestra conclusión es evidente: el camino de Chile está unido inseparablemente al destino de los pueblos originarios y a su unidad, al conjunto de los excluidos que sufren de la más odiosa discriminación.

Como es conocido, las demandas de derechos colectivos, territoriales y políticos indígenas colisionan siempre con los intereses de los grupos de poder, que se constituyeron en Chile hace más de un siglo. El origen de esos grupos, se explica en buena medida por las “facilidades” que ofreció la Ley de Colonización, que les entregó las tierras mapuche a título gratuito, más dinero y animales. Bajo esas condiciones excepcionales, esos colonos fueron ampliando su influencia a partir de las “corridas de cerco”. Un ejemplo de ello es Edmundo Winkler, que asesinó al Lonko Juan Pailahueque en 1916 para usurparle las tierras. Este hecho es parte de la historia oculta de Chile, pues esta forma de proceder se repite hoy con las forestales de Angelini y Matte o las hidroeléctricas e inmobiliarias, como el caso del señor Brunner Moreno en Pangipulli, que compra irregularmente tierras indígenas de Títulos de Merced.

Esas familias se transformaron, primero, en potencia económica agraria y, luego, en poder político de origen europeo, que acuñaron un discurso ideológicamente racista, arribista y violento contra los indígenas. Todo ello permitió justificar la tenencia de las tierras, bajo un supuesto discurso civilizatorio.

En definitiva, tanto los indígenas como el pueblo mestizo de Chile son siempre llamados a votar, pero nunca a decidir. En suma, la forma de elección de los constituyentes y la estrategia de nombramientos, siempre llevará una letra chica, que será una especie de manual de cómo conservar el poder. Esta es la única fórmula que tendrá la casta de evitar que Chile realmente cambie. ¿Qué nos queda? Unir estrechamente al Chile postergado en todas sus manifestaciones.

Por nuestro lado, como pueblos originarios podemos hacer al nuevo Chile desde nuestras raíces más profundas, especialmente cuando hablamos del Kume Mongen o buen vivir. Esta forma de vida, debe constituir un pilar fundamental de la nueva Constitución, en la cual debe quedar manifiesto que los derechos de la gente son inseparables de los derechos de la madre tierra o de la naturaleza. Comprender este pequeño punto, permite la preservación de la especie humana. Esta es la única forma de tener un mundo sano para que nuestros hijos ejerzan los derechos por los que tanto hemos luchado y tanta gente ha sufrido y perdido hasta la vida.

Por ello, hemos constituido una estrategia muy precisa: jugar con las reglas del juego del adversario y constituir nuestro propio instrumento de participación. Así, hemos tomado la opción de crear nuestro propio partido, por el buen vivir de Chile. La pequeña-gran diferencia de este partido es que aquí no se encuentran las grandes fortunas con desesperación para influir o súper intelectuales ajenos a la realidad o tecnócratas del mercado. Aquí está la gente común, la que le cuesta llegar a fin de mes y, por lo mismo, sabe mejor que nadie cuál es el país en el que quiere habitar.

Seguiremos incansablemente este camino lleno de obstáculos, pero que, al final y de un modo inevitable, llevará al triunfo de verdaderos representantes del pueblo.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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