Por: Manuel Baquedano M. Presidente del Instituto de Ecología Política
El año pasado fue el más caluroso desde el período preindustrial. La temperatura media del planeta alcanzó los 1,52 grados centígrados de sobrecalentamiento, según un informe del observatorio meteorológico europeo Copérnico. El Acuerdo de París, firmado por las Naciones Unidas en 2015, establecía la meta de alcanzar esta temperatura para el año 2030, y preveía que un aumento de dos grados en la temperatura se produciría recién en el año 2100. Sin embargo, durante los primeros días del mes de febrero el planeta alcanzó el angustiante promedio global de dos grados y se espera que estas altas temperaturas se repitan en el hemisferio norte durante el verano.
A pesar de todo esto, el mundo sigue igual, como si nada hubiera pasado. Lo que predomina es una actitud de ignorancia voluntaria que puede resumirse en la idea: “la culpa es de los demás”. Sin embargo, si consideramos sólo el caso de Chile, en nuestro país durante 2024 ya hemos tenido un incendio forestal, el de Viña del Mar, que dejó 130 muertos y cerca de 4 mil casas destruidas, según informaron CIGIDEM y el Observatorio de la Costa, dos instituciones científicas de la Región.
En este escenario cabe preguntarnos: ¿qué está pasando con la ciencia? Muchos de los científicos climáticos locales sabían que los incendios forestales serían cada vez más graves, pero la mayoría de ellos no hizo nada por alertar a la ciudadanía. Tampoco lo hicieron los medios de comunicación.
Un incendio forestal es noticia según su magnitud y, por lo tanto, deja de ser noticia si puede evitarse debido a una acción concertada por la comunidad. Como destaca el legendario ambientalista Jonathon Porritt en su libro “Hope in hell” (2024), “al no denunciar realidades incontrovertibles, los científicos tradicionales corren el riesgo de convertirse en los nuevos negacionistas del clima”.
Lo cierto es que el clima está quedando fuera de control. Los científicos chilenos deberían alertar a la comunidad sobre esta situación y el país debería declararse en emergencia climática.
Con respecto al Estado chileno, tenemos otro problema: el país está estancado con respecto a la crisis climática. Se ha quedado en una eterna señal de alerta, como si estuviera detenido frente a la luz amarilla del semáforo, cuando el planeta ha sobrepasado esta situación. Ya no se trata de mitigar. La gravedad de la crisis climática nos demuestra que ahora tenemos que adaptarnos profundamente. En el semáforo del tránsito, después de la luz amarilla sigue la luz roja que, en materia del clima, significa que no hay nada más que hacer debido a la inercia climática.
Una de las razones de este estancamiento se debe a que Chile sigue las políticas climáticas que establece la ONU. Estas políticas han sido delineadas por los países de la OPEP, los productores de combustibles fósiles, los principales causantes de la crisis climática. Estos países han presidido las dos últimas COP y presidirán las próximas dos, la COP 29 y la 30.
Actualmente, podemos asegurar que la ONU en su política climática no hablará de la “eliminación” de los combustibles fósiles, sino que sólo aceptará discutir su “reducción”. Este fue el “gran logro” de la COP 28. ¡Con razón John Kerry, la persona responsable de la negociación de Estados Unidos en las últimas COP, decidió renunciar a su cargo! Kerry, ambientalista y una de las personas más informada en materia de políticas climáticas, afirmó que el planeta avanza hacia una temperatura media de 2,5 grados. En mi opinión, su decisión es una forma de admitir por completo el fracaso del Acuerdo de París.
El Estado y el mercado no han resuelto la crisis climática. Es por esto que entramos en una nueva etapa: de preparación o de adaptación profunda. Esta etapa corresponde a una alerta naranja, si tomamos como referencia los lineamientos de Sernageomin.
Es muy importante que la ciudadanía conozca esta situación ya que, para enfrentar las consecuencias de la crisis climática, el mundo tendrá que entrar prácticamente en una “economía de guerra”. Y ojalá que este decrecimiento, que nos permita colocar a la producción dentro de los límites de la naturaleza, sea acordado de forma democrática y libre. Si esto no sucede de forma planificada, lo grave es que podría ser impuesto por regímenes autoritarios.
Entonces, como he dicho en otras oportunidades, con o sin nuestro consentimiento, la naturaleza nos llevará hacía el decrecimiento. El dilema que se nos presenta en la actualidad es si decrecemos de forma planificada o si colapsamos de manera caótica.