Por: José Miguel Ansoleaga. Director de estrategias en REPLICA
Ámsterdam, la ciudad de los canales y las bicicletas, se ha convertido en un laboratorio vivo de sostenibilidad e innovación urbana. A través de su ambicioso proyecto Amsterdam Smart City (ASC), iniciado en 2009, ha demostrado que la sostenibilidad no solo es una meta alcanzable, sino una estrategia integral que transforma la calidad de vida de sus habitantes, reduce las emisiones y mejora la eficiencia en la gestión de recursos. Este caso es un referente de cómo las ciudades pueden liderar el cambio con visión y acción estratégica, algo que otras urbes —incluso en Chile— deberían considerar.
Desde el principio, Ámsterdam definió objetivos ambiciosos, como reducir en un 40% las emisiones de CO₂ para 2025. La ciudad no solo buscaba cumplir con estándares internacionales de sostenibilidad, sino también redefinir el concepto de habitabilidad. La clave del éxito fue su enfoque multisectorial, que integró tecnología, participación ciudadana y alianzas público-privadas, logrando resultados que trascienden las expectativas iniciales.
La energía fue uno de los pilares de este proyecto. Con la instalación de medidores inteligentes en más de 12,000 hogares, se logró una reducción promedio del 20% en el consumo energético residencial. Al mismo tiempo, la ciudad aumentó en un 40% su capacidad solar instalada, promoviendo la generación local de energía renovable.
Esta transformación energética no solo redujo las emisiones, sino que también disminuyó los costos energéticos para las familias, creando un beneficio económico directo.
En términos de movilidad, Ámsterdam reforzó su legado como ciudad líder en transporte limpio. El desarrollo de aplicaciones para transporte público, junto con la expansión de rutas para bicicletas y la instalación de más de 4,000 estaciones de carga eléctrica, transformaron la forma en que los ciudadanos se desplazan. Estas medidas permitieron reducir el tráfico en un 15% y mejorar la calidad del aire en un 10%, demostrando que la sostenibilidad puede ser un motor de cambio social y ambiental.
Otro aspecto transformador fue la transición hacia una economía circular. Ámsterdam optimizó la gestión de residuos con sistemas inteligentes que monitorean los niveles de llenado de contenedores, reduciendo los costos logísticos en un 25%. Además, fomentó la reutilización y el reciclaje, logrando que el 65% de los residuos generados en la ciudad sean reciclados, un porcentaje muy superior al promedio europeo. Este enfoque no solo alivia la presión sobre el medio ambiente, sino que también genera empleo y fomenta la innovación en la industria del reciclaje.
La participación ciudadana fue otro eje fundamental del éxito de Amsterdam Smart City. A través de una plataforma de datos abiertos, la ciudad permitió a los habitantes, empresas y académicos acceder a información clave sobre energía, movilidad y calidad del aire. Esta transparencia no solo fortaleció la confianza en el proyecto, sino que también incentivó la colaboración en la creación de soluciones innovadoras, como sensores en parques para monitorear ruido y contaminación.
Los resultados son evidentes. Ámsterdam ha reducido significativamente sus emisiones, mejorado la calidad del aire, promovido la movilidad sostenible y optimizado la gestión de recursos. Sin embargo, el impacto más significativo es quizá la transformación en la calidad de vida de sus ciudadanos, quienes ahora disfrutan de una ciudad más limpia, conectada y eficiente.
Este caso es una prueba contundente de que las estrategias de sostenibilidad no solo benefician al medio ambiente, sino que también generan valor social y económico. En Chile, donde muchas ciudades enfrentan desafíos críticos como la contaminación, el estrés hídrico y la congestión urbana, ejemplos como el de Ámsterdam son una invitación a replantear el futuro. Municipios y gobiernos locales tienen la oportunidad de liderar un cambio estructural, diseñando estrategias que integren tecnología, participación ciudadana y sostenibilidad, tal como lo demuestra Amsterdam Smart City.
La experiencia de Ámsterdam subraya que no hay solución única ni camino corto. Lo que se necesita es visión, compromiso y acción coordinada. Las ciudades que se atrevan a implementar estrategias de sostenibilidad no solo tendrán mejores indicadores ambientales, sino que se convertirán en lugares más habitables y resilientes, listos para enfrentar los desafíos de un futuro incierto. Tal como Ámsterdam lo ha hecho, las ciudades chilenas tienen la oportunidad de transformar sus realidades urbanas y liderar un cambio que no puede esperar más.
Este caso no es solo un ejemplo para imitar; es una invitación a pensar en grande, a innovar y a creer en el poder transformador de la sostenibilidad. Y, como lo demuestra este proyecto, las estrategias bien diseñadas pueden marcar la diferencia, creando un impacto positivo en las personas y el planeta.
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