Por: Mariela Valderrama. Directora de la carrera de Trabajo Social de la U.Central, región de Coquimbo
Como cada 11 de noviembre, conmemoramos el día de la y el Trabajador/a Social, una fecha que nos recuerda e interpela sobre el devenir de la profesión, nuestro rol disciplinar en la sociedad, y más personalmente, sobre las razones que nos llevaron a decidir estudiar esta carrera.
El 11 de noviembre del año 1925 se creó la primera Escuela de Servicio Social, pionera no sólo en el país, sino en Latinoamérica. Desde ese momento la profesión ha transitado por un largo camino y profundas transformaciones que han abarcado aspectos teóricos y metodológicos.
Hemos sido testigos de significativos hechos sociales y desde el quehacer profesional hemos contribuido al desarrollo del país y al bienestar de la ciudadanía.
Nuestros principios, fuertemente arraigados en el respeto y el resguardo de los Derechos Humanos, nos obliga estar en permanente estado de vigilia y, desde la vereda de la contribución a sociedades más justas e igualitarias, en la promoción de relaciones basadas en el respeto, así como en el fortalecimiento de la organización social.
El cuestionamiento permanente sobre nuestras prácticas, la mirada crítica sobre el Estado y sobre las sociedades, ha permitido ir reconfigurando las bases epistémicas y metodológicas de nuestro quehacer profesional, lo anterior ha significado, y significa, un trabajo permanente de revisión disciplinar.
Sin duda, los desafíos que enfrentamos son enormes, cambiantes como la realidad misma, no obstante en lo que viene, pueden tener la certeza que mantendremos el compromiso de trabajar por los cambios sociales que se requieran para asegurar estándares que favorezcan el desarrollo y bienestar de todas y todos quienes forman parte de esta sociedad.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.