La cofundadora de Aguamarina y Domolif afirma que los científicos pueden aportar con productos y tecnologías escalables y generar buenos negocios
Pamela Chávez Crooker es ingeniera en Acuicultura de la Universidad de Antofagasta, Máster en Microbiología Acuática, doctora en Microbiología Molecular y Biotecnología de la Universidad de Kyoto, Japón, y post doctora de la Universidad de Hawaii at Manoa, además de asesora del programa de emprendimiento APTA Builder. Y, por tanto, conoce de cerca el ámbito de la investigación y también el mundo de los negocios asociados a la innovación.
Hace más de una década, viendo el interés de las grandes compañías mineras por conseguir proveedores biotecnológicos, emprendió el desafío de crear su propia empresa, desde el garaje de su casa. Así dio vida a Aguamarina, una firma que levantó inicialmente $150 millones con inversores ángeles y luego, recibió más de US$6 millones de capital extranjero, siendo la primera compañía proveedora en minería con un levantamiento de recursos en Sillicon Valley.
Bioseal fue su primer y más destacado producto, una tecnología desarrollada con bacterias, capaz de controlar el polvo en caminos para la minería, tan reconocido (dos AVONNI) que pronto lo quisieron de firmas cupríferas de Chile y el mundo. Sin embargo, hace unos meses, sus socios le pidieron salir de la sociedad, dado que se encontraba en una situación desfavorecida desde el punto de vista del porcentaje. Firmó su salida y dejó su cargo el 13 de marzo y empezó lo del COVID”.
¿No te arrepientes, considerando todo lo que ha ocurrido?
“Aguamarina es una empresa de casi 50 personas. O sea, la mochila era gigante y hoy lo que más necesitas es flexibilidad. Mis socios tienen toda la capacidad para seguir adelante y el producto está terminado, es un éxito, todo el mundo lo quiere, está siendo comercializado internacionalmente y tiene mucho potencial de crecimiento. Creo que era el momento justo”.
¿Qué lección sacas de esta experiencia?
“Que una empresa no puede estar solo en el desarrollo, debe tener productos, contar con una caja que le esté dando venta todos los días, sino es muy cuesta arriba. Por eso, la decisión que tomamos fue partir con la venta de productos y qué mejor que hacerlos nosotros”.
¿Y ahora, tienes una nueva empresa?
“Sí, armé Domolif y mis dos manos derechas en Aguamarina se vinieron conmigo. Encuentro súper choro que además seamos las tres científicas, mujeres, que trabajamos tantos años juntas”.
¿Qué productos conforman su portafolio?
“Sacamos un limpiador de nanopartículas de cobre que es mucho más eficiente, que ya se está vendiendo, seguimos con las mascarillas de nanopartículas de cobre y los buzos Tyvek, también con nanopartículas, todo hecho en Chile. Y ahora estamos preparando un aerosol, igual que el Lysoform, con nanopartículas”.
“La segunda línea son consultorías, externalización del CTO (Chief Technology Officer o director de tecnología). Tener uno es súper caro y hay muchas empresas que necesitan este servicio. Entonces, logramos contactar a algunas empresas con las que hacemos desarrollo de productos y postulamos a proyectos, como si fuera nuestro producto. Además de una cuota fija mensual, nos pagan el 50% de las utilidades del producto que se desarrolle y, también, el derecho de comercializarlo”.
¿Cuáles son los planes para el corto plazo?
“A fin de año instalaremos un laboratorio. Seguimos en la línea de generar, a través de bacterias, nuevos materiales y eso es súper innovador, estamos a la vanguardia, con proyectos súper interesantes, que si se convierten en negocios pueden ser súper transformadores. Por ejemplo, el desarrollo de nuevos materiales para la construcción basados en los principios de la economía circular”.
¿Qué tan importante es la creación de nuevas empresas de base científico-tecnológica para dinamizar la innovación?
“A veces los científicos estudian lo que les parece interesante, pero nunca lo que es un buen negocio, porque es casi un pecado. Necesitamos empresas de base tecnológica para que regresen nuestros doctores. Van a traer sus buenas ideas y las van a convertir en productos y tecnologías escalables”.
“El programa de emprendimiento en el que estoy participando como asesora, APTA Builder, impulsado por Hub APTA, viene obedeciendo una tendencia por la que he estado trabajando. Con un poquito de ciencia y apoyo hay empresas en Chile que pueden ser unicornios. Ya es creíble el modelo y una vez que tienes las primeras compañías, todos los esfuerzos irán en esta línea”.