Por: Esteban Larrondo. Abogado tributario y director de LATAM en USA
La nueva escalada arancelaria protagonizada por Estados Unidos y China no solo tiene efectos en esos países. En un mundo hiperconectado, las decisiones unilaterales de las grandes potencias resuenan en toda la economía global. Y Chile, a pesar de su tamaño, no es inmune a los impactos colaterales de esta guerra comercial que ya comienza a salpicar al cobre, al vino y a otros sectores estratégicos.
El presidente Donald Trump ha dado señales inequívocas: su objetivo es que Estados Unidos vuelva a ser una potencia manufacturera global. Para lograrlo, ha desplegado una batería de aranceles, muchos de ellos sin lógica económica aparente, pero con un claro propósito político y simbólico: castigar a las economías que, según su mirada, han aprovechado injustamente el sistema de comercio global. Lo vimos con el acero, con los autos eléctricos y, más recientemente, con el vino francés, al que se le amenaza con un arancel del 200%.
¿Podría algo similar ocurrir con los productos chilenos? La respuesta corta es no tan fácilmente. Chile cuenta con un tratado de libre comercio con Estados Unidos —el TLC firmado en 2003— que ha sido altamente valorado por ambas partes.
Este acuerdo incluye anexos que eliminan aranceles para la mayoría de los productos exportados desde Chile. Modificar unilateralmente esas condiciones implicaría un choque directo con el marco jurídico vigente, el cual, aunque no es infalible, sí impone límites importantes.
No obstante, debemos estar atentos. En un entorno en el que las decisiones proteccionistas se toman a veces más por razones políticas que técnicas, ningún país está completamente fuera de peligro. Incluso si los tratados entregan garantías legales, siempre existe el riesgo de que surjan tensiones indirectas: sobreoferta en los mercados globales, desvío de exportaciones o distorsiones de precios que afecten la competitividad de productos chilenos, como los vinos o el cobre.
El caso del cobre es especialmente sensible. Si bien Chile es uno de los principales productores mundiales, y una eventual imposición de aranceles al metal rojo por parte de Estados Unidos sería económicamente irracional —pues carecen de reservas suficientes para autoabastecerse—, ya hay voces que alertan sobre esta posibilidad. La industria estadounidense ha encendido alarmas, y nuestro país debe tomar nota.
El sistema internacional ofrece recursos para canalizar estas disputas. La Organización Mundial del Comercio (OMC) permite presentar quejas y buscar soluciones multilaterales. Sin embargo, la eficacia real de estos mecanismos es limitada, ya que el derecho internacional carece de mecanismos coercitivos similares a los de la justicia interna de los países. Un fallo en contra de Estados Unidos difícilmente será ejecutado por la fuerza, aunque sí puede tener repercusiones reputacionales.
Chile debe adoptar una estrategia inteligente. Primero, reforzar su diplomacia comercial y técnica, anticipando escenarios y fortaleciendo sus alianzas. Segundo, diversificar mercados: mientras más abiertos estén los canales con Asia, Europa y otros bloques, menos vulnerable será la economía nacional. Tercero, promover la sofisticación y diferenciación de nuestros productos, de modo que el valor agregado compense eventuales alzas arancelarias o desvíos de comercio.
Las guerras comerciales no dejan ganadores claros, pero sí muchos perdedores silenciosos. La clave para Chile será mantenerse alerta, utilizar el marco jurídico existente, y, sobre todo, no perder de vista que la integración inteligente al mundo es el camino más sólido hacia el desarrollo sostenible.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo