Por: Carlos Cantero O. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Académico, conferencista y pensador laico chileno, estudia la Sociedad Digital y la Gestión del Conocimiento. Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile
Tempranamente, incluso antes de la visita del Papa Francisco a Chile, nos referimos a las redes de protección en la cúpula de la Iglesia Católica, señalando la urgencia en sacar los frutos pútridos de la canasta, para limpiar y evitar una descomposición mayor, en torno a obispos y un núcleo de sacerdotes formados en esa escuela. Este tiempo transcurrido, la petición de renuncias a esos obispos, el grave cuestionamiento a los Cardenales de Chile y las sanciones a esos sacerdotes, por parte del Papa Francisco, han demostrado que nuestra reflexión y propuestas de caminos estaba en la línea correcta. Oportunamente señalamos -con justicia- que en la base de la iglesia había una pléyade de personas consagradas y laicos comprometidos, de altísima probidad y calidad humana, que debían asumir el relevo.
Ahora, es tiempo de abordar el escabroso tema del celibato y la fe. Digamos que es un tema controvertido en el cristianismo, en general y en la iglesia católica, en particular. El celibato consiste en una opción de vida en soltería, particularmente asociado a la vida religiosa consagrada, quienes además optan por no tener relaciones sexuales. En el caso de los católicos esta condición es indispensable e ineludible para su ordenación como sacerdotes. Se intenta justificar el celibato señalando que permite al sacerdote dedicarse exclusivamente a Dios. Un criterio semejante se aplicó a las monjas o mujeres consagradas, las que además de asumir un rol secundario, supuestamente se casan con Dios, debiendo guardar abstinencia sexual.
La Iglesia Católica tiene antecedentes históricos en las comunidades cristianas del siglo I, incluso la de los discípulos de Jesús, que estaban conformadas por personas casadas, con hijos, en que las mujeres tenían roles centrales. En el siglo IV se prohibió el casamiento de los sacerdotes y las mujeres progresivamente fueron relegadas a un plano secundario y se dispuso que estas no podían ser ordenadas. Hasta el mismo San Agustín señala en sus textos que nada había más poderoso para envilecer el espíritu que las caricias de una mujer. En la misma línea, el Papa Gregorio El Grande, afirmaba que todo deseo sexual era intrínsecamente diabólico. Me pregunto ¿Cómo habrán llegado a tener esa convicción?.
El celibato fue decretado en el Concilio de Trento, en el siglo XVI, es decir, en los tiempos modernos, un milenio y medio después del inicio del cristianismo. Elocuente antecedente de lo arbitrario y cuestionable como elemento sustantivo de esa fe.
Los hechos ocurridos en la iglesia católica, cuyo destape estremece a Chile, muestran los equívocos y perversiones a que conducen decisiones contra la natura. Este sentido de castidad y intención de reprimir a voluntad los placeres y actos sexuales, en la creencia que esa energía se puede reorientar hacia cuestiones morales o religiosas, es un asunto muy discutible, cuestionable y claramente contra la natura. Si esa fuera la razón, debiera haberse impuesto también otras abstenciones biológicas, como el comer, el dormir, limitar la evacuación para un mejor uso del tiempo y energía, lo que claramente sería considerado un disparate.
La vida nos enseña que la persona no puede ir contra su naturaleza biológica. El impulso sexual es una cuestión poderosa, inconsciente, automática, que surge de la bio-química cerebral, como uno de los impulsos más primitivos e incontrolables de la naturaleza, no solo en las personas, sino que en todas las especies. Si no se atiende al llamado de la naturaleza se producen alteraciones conductuales, sea por satisfacción espontánea en el sueño, por masturbación, por actos sexuales, o por perversiones o abusos como los que hemos conocido. Pastores que, ante la lujuria y el impulso libidinoso, en vez de guiar espiritualmente a sus rebaños, seleccionaron abusivamente algunas de sus ovejas y/o corderos para satisfacer sus apetitos (sexuales).
El celibato nada tiene que ver con la fe, ni la coherencia doctrinaria. Se debe poner fin a esta aberrante condición, a este oscurantismo sospechoso en materia sexual, para abrir la opción elegible por la persona que quiera llevar una vida consagrada. Espero que este arcaísmo dogmático sea superado para evitar la reiteración de falsos testimonios de castidad y pureza, proclamados orbi et urbe, fundados en la hipocresía, la mentira, el abuso de autoridad y las vejaciones sexuales y conductuales. Esperamos que la iglesia católica asuma el celibato como una opción voluntaria. Aún cuando quienes opten por el matrimonio puedan ver limitada alguna dimensión de su vida religiosa.
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