Justicia en tiempos de cólera

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Por: Constanza Schaub R. Periodista de la Universidad Católica del Norte. Editora General Web Channel www.perrosymas.cl. Activista temáticas de Género


La Real Academia de la Lengua Española define la palabra Cólera, cuando va en femenino, como “Ira”, “enojo” o “enfado”. En masculino “el cólera” es una enfermedad infecciosa y epidémica con origen en la India. En ese orden podemos afirmar entonces, que vivimos una doble epidemia de cólera porque la ira y el odio nos brotan a tal nivel, que nos hemos convertido en una sociedad enferma de odio y revanchismo. Esto es grave porque relativizamos tanto al otro, que el valor de la vida lo extraviamos por completo.

El brutal asesinato de Margarita Ancacoy, mujer trabajadora chilena de 41 años en mano de un grupo de hombres enajenados, sólo con el fin de robarle lo poco que llevaba consigo, ha despertado el “monstruo” que llevamos dentro a grados tan lamentables como el hecho mismo.  La compasión y la empatía mal entendida clama por estos días, que la sangre se paga con sangre y eso da miedo.

A poco de enterarnos de este crimen horrendo, cuatro de los cinco sujetos implicados fueron aprehendidos, formalizados como procede y se determinó un plazo de 120 días para investigar con la correspondiente prisión preventiva para ellos. Como era de esperar, los reos del penal Santiago Uno les dieron la bienvenida.  Digo era de esperar porque es un secreto a voces lo que sucede en las cárceles, particularmente con quienes atentan contra mujeres y niños. Lo sabemos aunque no lo vemos.

Pero esta vez fue diferente porque sí lo vimos. Las redes sociales estallaron ante un video que comenzó a circular mostrándonos in situ las torturas y vejaciones a los presuntos implicados, siendo objeto de lo que en jerga popular se conoce como “justicia canera”. Y despertó el monstruo.  Cientos de comentarios aplaudiendo el castigo, pidiendo más porque para algunos todavía el escarmiento parecía poco. Pudimos ver golpes, aplicaciones de corriente y que los habían rapado al cero y ellos, suplicando perdón por el  crimen cometido. Confieso que me costó verlo.

No me ha sido fácil digerirlo porque vivimos tiempos en los que, particularmente las mujeres, estamos luchando para erradicar todo tipo de violencia hacia nosotras y no veo en el discurso la intención de terminar la violencia con más violencia, no tiene sentido, es inmoral. Pese a todos los horrores que nos tocan, los golpes, el acoso y la discriminación, creo que el objetivo que nos convoca tiene que ver con justicia y no con venganza, no se condice. En educación cívica nos inculcaron que vivimos en una sociedad de derechos y pese a todo, queremos tener fe que algún día esos derechos se hagan respetar y para todos por igual. Para eso existen las instituciones, hace un buen rato dejamos de ser cazadores recolectores y no vivimos en cavernas.

El Clarín de Argentina hace unos meses explicaba el por qué de este fenómeno social, que no es nuevo, y lo asocia a un fuerte llamado de atención: ”La justicia a mano propia suele crecer al amparo de la falta de respuestas adecuadas del Estado, de la policía, de la Justicia con mayúscula, de las instituciones; del crecimiento de la inseguridad, de la corrupción asociada al delito, de un falso garantismo asociado a la sanción de ese delito”.

Si queremos crecer como una sociedad de primer orden, los ajusticiamientos fuera de la ley son inadmisibles, menos todavía hacer de ellos un festín del morbo y el mal gusto en redes sociales porque nos degrada como seres humanos. Sin embargo, el Estado debe hacerse cargo de lo que estamos viviendo porque tiene que ver con un fracaso del sistema que urge corregir y las alarmas ya fueron encendidas. Voltaire lo dijo clarito: “Los pueblos a quienes no se hace justicia se la toman por si mismos más tarde o más temprano”.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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