Por: Grace Zamorano L. Profesora de Filosofía. Magíster en Ciencias Cognitivas y Gastón Leiva V. Investigador científico-tecnológico. Magíster en Administración
¿Has sentido alguna vez que alguien te ha dañado y no ha recibido su respectivo castigo?, seguro que sí, y es muy probable que la mayoría de nosotros así lo perciba. Cuando pienso en este tipo de situaciones; una mujer asesinada, un niño abusado, una abuelita asaltada o un político corrupto, inmediatamente viene a mi mente el concepto de funa o el deseo desmedido de hacer justicia por mano propia.
Este rol de jueces en el que nos situamos en ocasiones, es totalmente normal y comprensible; el querer que cada uno obtenga lo que se merece, sobre todo si de castigo se trata, es parte del sentido de justicia que ha movido a nuestra sociedad a dejar el estado de naturaleza y establecer marcos normativos para regular el comportamiento de los individuos en base a una moral en particular, y estipular sanciones adecuadas para sus infractores.
Pero ¿cómo saber si la pena que solicito o deseamos para dicha persona es justa?, ¿conozco todos los hechos como para emitir un veredicto?, ¿puedo confiar tan solo en la palabra de los acusadores como medio de prueba?, ¿existe coherencia entre las evidencias?, entre tantas otras preguntas.
Cuando somos nosotros los acusadores o tenemos vínculos emocionales con las víctimas, poco y nada importan las preguntas expuestas anteriormente, pero si fuéramos nosotros los acusados o alguna amistad, ¿cambiaría nuestra posición?, es por todo esto y más, que los sistemas de justicia son complejos, ¿justos e incorruptos?, por supuesto que no, pero sin duda alguna, es un campo un poco más equilibrado para acusadores y acusados, más aún cuando la percepción selectiva crece como la mala hierba.
La funa y/o cancelación fue un fenómeno que comenzó en internet para condenar y viralizar situaciones o delitos ante los cuales se consideraba que el principio de justicia no se estaba aplicando.
Posteriormente se comenzaron a incluir comportamientos que, si bien eran reprochables moralmente, no constituían un delito, hasta que el problema se profundizó aún más, y comenzó la cancelación a los pensamientos, ideas divergentes y a todo aquello que cuestionaba la posición individual, bajo una concepción de justicia personal única e inequívoca, todo anidado bajo una lógica filosófica de estoicismo barato.
No es difícil comprender la génesis de la cultura de la cancelación, de las funas o de las detenciones ciudadanas como instrumentos desesperados ante la frustración por las injusticias o la pasividad del Estado y sus poderes, incluso en situaciones particulares nos puede parecer totalmente justificable, pero ¿cuál es el punto medio? ¿hasta dónde llegan o comienzan los derechos del otro?, establecer instancias para evitar la aplicación de la justicia desmedida es fundamental, ya que en ocasiones sus consecuencias pueden ser negativas.
Encontrar un punto medio que nos permita juzgar de manera más objetiva, respetando los marcos normativos establecidos es muy difícil, pero esto no quiere decir que no debamos intentarlo día a día, y lo primero es reconocer que en general, estamos pensando siempre sobre nuestros prejuicios. En el año 2017 se publicó un artículo que evaluó el peso de estos sesgos, y los resultados fueron muy poco alentadores; según los investigadores, volvernos “objetivos” es muy poco probable, incluso en el estudio se presentaron casos donde se demostraba que las personas aun conociendo las respuestas verdaderas a los escenarios evaluados, no cambiaban de opinión.
En el año 2020, otro estudio en el que se realizaron nueve experimentos con monedas ovaladas y circulares, demostró que nuestra interpretación de la realidad no sólo se basa en los objetos propiamente tal, sino que también influye nuestra percepción individual, la cual se forma por nuestras experiencias. Si bien en este último estudio se evaluaron objetos materiales, ¿podría suceder lo mismo con las acciones o comportamientos de otras personas?, la respuesta más probable es que así es.
Distinguir las cosas tal como son, independientemente de cómo nosotros creemos que son, según la Ciencia en este caso, es complejo y poco probable. Estas preguntas no son nuevas, de hecho, desde tiempos antiguos los filósofos se han preguntado cómo diferenciar la verdad objetiva de lo que nosotros creemos, por ejemplo; Parménides estableció la alétheia (verdad) y doxa (opinión personal) y posteriormente Platón en la misma línea, expuso la episteme (como verdad en sí) y la doxa (como opinión subjetiva), diferenciando claramente estas dos fuentes del conocimiento humano, y que en ocasiones parecen irreconciliables.
Las funas son una forma de tomarse la justicia por mano propia, pero para comprender este fenómeno de manera más profunda, es recomendable preguntarse ¿El ser humano busca la justicia de forma innata o más bien este comportamiento lo hemos aprendido? Los filósofos de la antigua Grecia mencionan que existe una justicia natural en sí misma, independiente de la opinión relativa de diferentes seres humanos. Por su parte, Tomás de Aquino menciona que la justicia es “distinta de cada una de las otras virtudes porque dirige todas las virtudes del bien común” esta tendencia sería parte de la naturaleza humana ideada por Dios.
La Neurociencia, por su parte, tiene algunas cosas que decir al respecto. No se pretende postularla como la dueña de la verdad absoluta, cayendo en un reduccionismo simplista, pero esta rama del conocimiento tiene mucho que aportar en relación al comportamiento humano, más aún si consideramos el hecho de que está condicionado (no determinado) por estructuras cerebrales que son producto de nuestra evolución como especie. Sugerimos leer “El error de Descartes” de Antonio Damasio para profundizar en este tema.
Dicha disciplina plantea que frente a un dilema moral que nos invita a juzgar lo que es justo de lo que no lo es, nos basamos en intuiciones respecto a lo que es bueno o malo. Cada individuo tendrá diversas reacciones frente a dilemas morales o lo que crea injusto o no, pero lo que primará en todos nosotros es que, en primera instancia, frente a un acto injusto se activan en nosotros mecanismos emocionales. De hecho, cuando se les pregunta a las personas por qué tienen esa visión frente a la injusticia, les resulta complejo sustentar sus juicios, lo que comprueba que las mejores o peores razones morales no dependen de su calidad como razonamientos, sino del modo como está construido el cerebro.
Respecto a la justicia en particular, según algunos experimentos sociales, particularmente el juego del ultimátum, tendemos a dar respuestas intrínsecamente éticas, basándonos principalmente en reacciones emocionales, ya que percibimos la injusticia como acciones que atentan contra nuestra integridad, lo cual percibimos como una amenaza.
Sin embargo, los resultados de este y otros experimentos realizados son variables, ya que las preferencias frente actos de justicia responden a los diversos contextos culturales que determinan a los sujetos estudiados.
La tendencia a indignarse ante lo que se percibe injusto, es el resultado de mecanismos evolutivos que han llevado al desarrollo de estructuras sociales que tienen como objetivo mantener a raya a quienes perturban la paz social, puesto que tienden a cometer actos reprobables desde nuestros estándares de justicia. Sin embargo, dichas respuestas innatas están moldeadas por nuestra educación y contexto, de hecho, las funas y las otras reacciones frente lo que consideramos actos injustos son ejemplos claros de esta dinámica.
Como conclusión, nuestro objetivo no es juzgar o invitar a los lectores a no opinar como si fuésemos seres imperturbables u omniscientes, sino a considerar la opiniones de los demás y escuchar sus argumentos, por ejemplo; de aquellos que estén siendo funados o cancelados, ya que sólo de esa forma podemos acercarnos a la verdad, a ser más tolerantes y comprender que podemos estar equivocados y de este modo, evitar dañar y enlodar la imagen o la vida de alguien más, construyendo una sociedad más justa desde la propia ciudadanía.
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