La Política de los Acuerdos: un Modelo para el Futuro

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Por: Andrés Zaldívar L. Presidente del Senado de la República


En febrero se cumplen 30 años desde la creación de la Concertación de Partidos por la Democracia, conglomerado que desempeñó un rol gravitante en la recuperación de la democracia en nuestro país.  Más allá de sus planteamientos ideológicos, de sus aciertos y errores en un contexto histórico determinado, es preciso valorar con una mirada objetiva y desapasionada cómo la Concertación no sólo propició, sino que representó, la verdadera política de los acuerdos.

Prácticamente desde el momento mismo del quiebre de la institucionalidad en Chile en 1973, sectores que históricamente habían estado en pugna comenzaron a acercarse para buscar posibles salidas a la crisis. Había consenso en el diagnóstico, pero los caminos de solución que se proponían eran diametralmente opuestos.

Pese a esas diferencias, se gestaron los primeros esfuerzos visibles por recuperar la democracia y, con el tiempo, más personas y organizaciones se fueron sumando a la causa de hacerlo sin provocar más violencia de la que ya se vivía. Así, en 1983 se llegó a la firma del Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia, en una muestra tangible de que aunar posturas para lograr un objetivo común era algo posible.

El plebiscito de 1988 fue, en esa misma línea, el fruto de una acción política que logró unir la voluntad de sectores que venían de posiciones muy opuestas, para darle a la ciudadanía el poder de decidir su futuro. Luego del resultado, se creó la Concertación de Partidos por la Democracia y nuevamente hubo que acercar posiciones y generar acuerdos, esta vez para definir una candidatura presidencial de unidad.

Durante los gobiernos democráticos, en todo momento ha sido necesario buscar puntos comunes, flexibilizar posturas, ceder válidos intereses y mirar hacia adelante con los ojos de todos más que solamente con los propios. Ese espíritu es el que ha estado presente en el Congreso Nacional desde el instante en que se retomó la actividad legislativa, en 1990. Cabe recordar que la primera mesa del Senado, presidida por Gabriel Valdés y con Beltrán Urenda como vicepresidente, fue producto de acuerdos entre la Concertación y la derecha que eran difíciles de imaginar en esos tiempos.

Posteriormente, en 1998 me correspondió encabezar la Cámara Alta junto al senador Mario Ríos, también gracias a que ambos bloques convinieron una fórmula en que cada uno estaría debidamente representado y trabajaríamos en conjunto. En ese período, fueron especialmente relevantes los acuerdos logrados para sacar adelante la Ley de Culto y otras de gran interés para el país.

En todos estos años, la labor del Senado se ha desarrollado en un marco en el cual el debate finalmente desemboca en un positivo acercamiento de posturas. Esa madurez que todos sectores políticos han mostrado es lo que nos ha permitido avanzar en las reformas que el país necesita para crecer y dar mayor bienestar a todos los chilenos, independientemente de su manera de pensar.

Discrepar también es importante y es parte esencial de la democracia. La política de los acuerdos es la que hace que, a partir de esas discrepancias, surjan las decisiones y las acciones correctas. Involucra una dosis alta de solidaridad y empatía, capacidad de negociación y visión de país, que se harán imprescindibles cuando el Congreso que entra en funciones en marzo debata proyectos de ley trascendentales.

La búsqueda de acuerdos es una buena práctica desde todo punto de vista y le hace bien a la sociedad. Lejos de implicar una claudicación en la defensa de principios y convicciones, es un acto de valentía y civilidad, que debe convertirse en un modelo de la tolerancia y convivencia política que necesitamos para el futuro.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.

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