Por: Luis Barboza Q. Arquitecto. Seremi de Vivienda y Urbanismo de la región de O’Higgins
El concepto de ciudades justas nos interpela a reimaginar los espacios que habitamos como lugares de convivencia, oportunidades y equidad. En el marco del Mes de la Vivienda, el Barrio y la Ciudad, esta idea cobra especial relevancia. Las ciudades no solo son infraestructuras; son organismos vivos que impactan directamente en la calidad de vida de sus habitantes.
El Plan Ciudades Justas, impulsado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, es una apuesta por devolver a los barrios su rol como núcleo de cohesión social.
La vivienda deja de ser vista como un fin en sí misma y se integra en un entorno donde la conectividad, los espacios públicos y los servicios básicos son esenciales. Este enfoque pretende no solo construir casas, sino comunidades.
Sin embargo, las ciudades justas no se logran con simples buenas intenciones. Se requiere una política habitacional sostenible que priorice a los sectores más vulnerables y garantice la integración urbana. Aquí, la planificación estatal y la colaboración entre ministerios, municipios y comunidades son cruciales para evitar el crecimiento desordenado y la exclusión social.
El reto más importante es pensar en el futuro. Incorporar a niños, niñas y adolescentes en la planificación urbana no es solo un gesto simbólico, sino un compromiso ético. Diseñar ciudades para ellos significa garantizar espacios que fomenten el encuentro, la creatividad y la pertenencia.
Construir ciudades justas es un acto de responsabilidad colectiva. Es entender que la calidad de una ciudad no se mide solo en metros cuadrados, sino en la dignidad con la que viven sus habitantes. Una ciudad justa no es un ideal; es una necesidad urgente.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.