Por: Daniel Vercelli Baladrón. Socio y Managing Partner de la consultora Manuia
En la búsqueda de soluciones sustentables para combatir la crisis climática, diversas compañías y países (sobre todo en el hemisferio norte) han adoptado tendencias como el nearshoring, que ocurre cuando se reubican los procesos comerciales o productivos de las empresas hacia países que se encuentran más cercanos. Esta proximidad geográfica tiene un origen económico y también una justificación ambiental, ya que la huella de CO2 de los productos comerciados con nearshoring es menor en comparación a lugares más lejanos (offshoring).
Si el transporte marítimo fuese un país, sería el sexto emisor de gases con efecto invernadero, según datos de Océana. A nivel global, se calcula que el 90% de las cosas que nos rodean pasaron por el mar. Por eso, reubicar las importaciones desde destinos más cercanos es parte de lo que han impulsado en los últimos años naciones como Estados Unidos, como respuesta a la dependencia de productos traídos desde China.
El nearshoring incluye ventajas como la reducción de costos de traslado y logística y menores diferencias horarias, pero también posee varias otras implicancias, entre ellas, eventualmente podría afectar el desarrollo de economías emergentes. Imaginemos por ejemplo la producción agrícola de Senegal, o la industria vitivinícola en Chile.
¿Habría que descartar estas exportaciones hacia países lejanos porque es menos sustentable? ¿Debería optar cada mercado sólo por aquellos que están más cerca y privarse de todo el resto?
Hay otro factor a considerar: Ese agricultor en Senegal o esa viña en Chile podrían ser eventualmente mejores en términos de sostenibilidad, impacto ambiental, calidad, etc., versus los productores más cercanos, pero únicamente por una cuestión geográfica quedarían atrás en la lista.
Así, el nearshoring -aunque beneficioso para muchas naciones cercanas a los mercados principales-, puede perjudicar a los países en vías de desarrollo que tradicionalmente han dependido del offshoring para su crecimiento.
Esta tendencia no necesariamente premia a quienes lo hacen mejor y en cambio, puede convertirse en una amenaza para las economías locales. Por eso, en vez de limitar el comercio a un tema geográfico, deberíamos instalar el concepto y la lógica de fairshoring, es decir, comprar a quienes hacen las cosas de manera más justa tanto a nivel social como ambiental (dando por descontada la competitividad económica).
Para Chile este aspecto es especialmente importante. Hoy contamos con más de 4.300 kilómetros de costa y una economía que depende fuertemente de las exportaciones. Si queremos mantener este status, es fundamental ser partícipes del desafío que supone el cambio climático y los procesos de transición en el comercio, tomando un rol activo tanto en la producción local como en la descarbonización de la industria marítima, para que ésta pueda abrazar la causa medioambiental, otorgándonos una ventaja competitiva (o al menos sin generarnos una desventaja) y una oferta de exportación que cuente con un menor costo ambiental y económico.
Cada proceso tenemos que verlo de una manera integral, y por eso es clave considerar cada producto desde su origen hasta su llegada al mercado final. Se trata de un aspecto donde nos jugamos la competitividad-país y para que todas las áreas estén alineadas con la transición energética, hay que trabajar cuanto antes para convertirnos en representantes del fairshoring.
En caso contrario, podría ser catastrófico para los planes de crecimiento local.
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