Por: Sonia Romero P. Académica del Departamento de Trabajo Social UTEM
“Todos somos sujetos móviles” parece una obviedad, sin embargo, para muchos no lo es. Lo acontecido en Iquique a fines de septiembre del 2021 puso en evidencia aquello. Primero, con el desalojo de un espacio público habitado por migrantes y el posterior amedrentamiento de ciudadanos chilenos en contra de estas personas, que culminó con la quema de sus enseres.
El pensar que nos mantenemos siempre en el mismo lugar y en condiciones similares, es una idea construida a lo largo de la historia que domina nuestros relatos, que se contrasta con innumerables prácticas cotidianas que dan cuenta de sujetos y comunidades móviles, sino cómo se explica el poblamiento del planeta y el origen de los países hoy convertidos en gobiernos.
El tema es que no hemos incorporado la noción de movilidad en nuestras vidas, salvo para pensarnos en torno a ciertos desplazamientos, que nos permiten conectarnos para ser y estar en el mundo, ya que también somos seres relacionales.
La vida móvil da cuenta de variados lugares para vivir, en donde el movimiento es una constante. Prueba de ello son las comunidades de pueblos originarios que no conocen de fronteras transitando por las zonas andinas de América del Sur, o aquellas comunidades o individuos que se desplazan en función de las temporadas para vender sus productos o las personas que de acuerdo a su etapa de desarrollo se van moviendo por la vida, ya sea en sus relaciones afectivas, con cambios de casa, lugares de estudio, espacios laborales, entre otros.
Esto implica cambios o, mejor dicho, movimientos emocionales, relacionales y espaciales, ejemplos hay muchos, el punto es que no reparamos en ellos, ya que creemos que salvo pequeños movimientos la vida es inmóvil.
Lo que ocurre hoy en Chile es la manifestación de un relato que se ha contado por muchos años. Chile el país de América Latina que ha logrado mejores índices de crecimiento económico, uno de los países más seguros para vivir, ideas reforzadas a través de programas de televisión extranjeros que hablaban de las bondades de vivir en Chile, esto antes del estallido social. El mismo presidente de la República Sebastián Piñera, exponiendo ante organismos internacionales que Chile era el “oasis de Latinoamérica”.
Entonces, cómo no pensar en huir hacia Chile, desde lugares en donde no existe seguridad para mantenerse con vida a propósito de los conflictos armados. Escapar de la miseria y el hambre, ya que no hay trabajo para ellos, porque sus entornos fueron subsumidos por empresas extractivistas, todas situaciones que se agravaron con la pandemia. Para ellos, el movimiento se convirtió en una obligación para sobrevivir, el problema es que tal como fueron abandonados por sus gobiernos al no procurarles condiciones de vida dignas, el Estado chileno también los abandona a su suerte, peor aún, los ignora, los estigmatiza, los despoja de su condición humana al entregarles un trato inhumano.
Ahora bien, el abandono del Estado chileno no es sólo hacia ellos, también lo es hacia todos los habitantes del norte de Chile que ven cómo las fronteras son invisibles, permeables, sin una política pública que permita acoger a quienes llegan y cuidar a quienes los reciben. Si algo nos ha enseñado la pandemia y este nefasto incidente, es evidenciar que la inmovilidad es parte constitutiva de la movilidad y de que somos sujetos móviles. América está en movimiento.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.
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