Por: Margarita Ducci. Directora ejecutiva de Pacto Global Chile (ONU)
El mes pasado, la APA (Asociación estadounidense de Psiquiatría), accedió a incluir el agravante climático en la estadística y el manual de diagnóstico de trastornos mentales. Esto es alarmante, pues indica que los niveles de angustia que sienten algunas personas por la situación de destrucción que vive el planeta, se ha instalado como una nueva patología, en la salud mental.
Vivimos en un país altamente sensible frente al fenómeno del cambio climático, ya que Chile reúne al menos siete de las nueve características de máxima vulnerabilidad, y a pesar de que no somos una isla, sí tenemos territorio insular y muy vulnerable, y hoy, nos preocupa especialmente, la escasez de un recurso que concebíamos infinito: el agua. Es entonces comprensible, que mucha gente tienda a sentirse deprimida y ansiosa.
Hay una determinante geográfica-ambiental, que afecta su salud mental de manera predeterminada. Muchas personas están expuestas a condiciones ambientales insostenibles y de permanente amenaza.
Es ahí cuando los profesionales de la salud mental toman un rol que va más allá de tratar los casos que llegan a manifestaciones clínicas, ya que, como expertos, pueden ayudar a redirigir las emociones hacia una acción constructiva. Pero antes de llegar a eso, mucho podemos hacer con la educación ambiental, buscando transmitir conocimientos y enseñanzas respecto a la protección de nuestro entorno natural, la vida al aire libre, la importancia de resguardar el medioambiente, con el fin de generar hábitos y conductas en la ciudadanía, incorporando valores y entregando herramientas para que tiendan a prevenirlos y resolverlos.
En Chile esta educación es clave para el desarrollo ambiental de nuestro país, ya que tenemos muchas situaciones que corregir, en este campo. Un hito en esta línea se dio, al incorporar la educación ambiental en la Ley 19.300 (1994) de Bases Generales del Medioambiente, situándola al nivel de instrumento de gestión ambiental y, por ende, como una obligación el Estado.
Allí se estableció que la educación ambiental es “un proceso permanente de carácter interdisciplinario destinado a la formación de una ciudadanía que reconozca valores, aclare conceptos y desarrolle las habilidades y las actitudes necesarias para una convivencia armónica entre seres humanos, su cultura y su medio físico circundante”. Luego se aprobó la Política Nacional de Educación para la Sustentabilidad, documento que fija los grandes lineamientos que determinan el actuar de los distintos sectores con el propósito de formar una ciudadanía activa en la construcción del desarrollo sustentable del país.
La Educación Ambiental evolucionó hacia la interrelación del ser humano, su ambiente, el modelo de desarrollo económico y la cultura, entre otras cosas. La ONU decretó al período entre 2005 y 2014 como el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible, y con la Agenda 2015-2030, incorporó la Acción por el Clima, de manera específica, en el ODS13,. Así, se establece que la Educación Ambiental se aborde de manera transversal y sistémica, orientada hacia la resolución de problemas y con un fuerte componente actitudinal y ético, ya que no debe trabajarse solamente desde el conocimiento de las temáticas ambientales y la sensibilización, sino desde la formación valórica que permita una transformación de la sociedad de una manera integral.
La tarea es profunda y comprometida: educar para cambiar la sociedad y que la toma de conciencia se oriente hacia un desarrollo humano que sea simultáneamente causa y efecto de la sostenibilidad y la responsabilidad global. No deberíamos llegar a situaciones como la ansiedad climática a niveles de patología.
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