[Opinión] Cine chileno o el eterno vaivén

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Por: Víctor Bórquez Núñez. Periodista y Escritor


La situación es así. Una paradoja. ¿Ven cine chileno los chilenos? Pareciera ser que no, o muy poco y muy mal. Solo estarían viendo las películas que suenan, de ésas que todos hablan, por moda, por gusto o porque es la tendencia del momento.

Pero en el camino, quedan muchos filmes nacionales que prácticamente nadie ve, que llegan con cero apoyo promocional a los cines de cadena, incluso sin siquiera un tráiler o un afiche, perdiéndose de inmediato en un mar de cintas de superhéroes de las que un año antes se vienen exhibiendo hasta cinco tráiler diferentes,

Si bien los filmes llegados en los primeros dos meses de 2020 lograron vencer en parte el olvido característico (a los mencionados debe sumarse “Cosas de Hombres”), sigue siendo tema la crisis permanente que enfrenta nuestro cine nacional, principalmente debido a problemas de financiamiento y al lapidario síndrome de las “salas vacías”. Simple: no hay recursos para producir cine chileno y cuando aparecen las diferentes apuestas existe una baja demanda, llegando a extremos de que una cinta nacional dure en cartelera cinco días y desaparezca, independiente de las estrellas y aplausos que tal o cual medio le haya proporcionado en los cada vez más escasos sitios de crítica cinematográfica real.

Alguien podrá pensar de inmediato qué sucede entonces con los premios obtenidos por el cine nacional, incluyendo dos Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.

Lo que sucede es que esas películas son pocas, en comparación con lo que debiera ser una auténtica “industria”. Y si bien viajan por el mundo y obtienen importantes galardones en festivales internacionales, parece que no siempre ello está en sintonía con los gustos del espectador local. Otros, apuntan directamente a la escasa presencia del cine made in Chile en las vitrinas internacionales. Otros más lapidarios sentencian que, sin ambages, es un tema de gustos del chileno promedio: el espectador local prefiere películas con argumentos vulgares por sobre propuestas artísticas y con aspiraciones a trascendencia.

Algo de razón tenía Carlos Saavedra en su libro “Intimidades desencantadas”, cuando critica del cine chileno actual por aquello que denominó “intimidad desencantada” pasando de la militancia a la melancolía, es decir, los temas de las películas chilenas son casi siempre muy densas en lo emocional, donde el centro es el individuo, lo que resta popularidad y entretención para los espectadores que se han habituado al estilo comercial estadounidense.

Para otros autores y comentaristas críticos, el tema planteado no está en directa relación con las tramas pues, de hecho, los tiempos en que el cine servía como un instrumento para ciertas ideas cambió al cine considerado como un arte, donde Chile ha logrado reconocimiento internacional por su propuesta “artística”.

Si seguimos este hilo conductor, significaría que existe una multiplicidad de temas y de estilos, desde autores chilenos que han logrado crear un estilo propio y reconocido hasta otros que incursionan en diferentes formas de expresión o géneros, poniendo el ojo en la taquilla antes que en el goce estético.

¿Por qué entonces el cine chileno no logra conectar siempre con el espectador? O dicho de otro modo, ¿por qué tan poca gente en Chile valora el cine nacional?

Lógicamente, la respuesta no es simple. De hecho, existen falacias respecto al cine de autor en Chile, porque algunos consideran que son un grupo minoritario que se quedó en un pasado romántico, olvidándose de que sus obras van, finalmente, a ser visionadas por un público cada vez más exigente e interconectado.

Lo que sí es seguro es el poco apoyo económico con que cuenta el cine realizado en esta parte del mundo. Y cuando se entra a entender la lógica de la producción, no podemos apartarnos del modelo clásico impuesto en los años 20 del siglo pasado por Hollywood, producto de lo cual el cine ha ido evolucionando a escala mundial, trayendo como consecuencia directa la denominada hegemonización de este tipo industria cultural, ya que posee potentes medios de producción y comercialización a nivel internacional.

Así, Hollywood opera con formatos cinematográficos preestablecidos, que obedece a fórmulas de aceptación inmediata y a la serialización de las buenas ideas, donde un filme puede convertirse en sagas casi interminables, al estilo de “Rápidos y furiosos”, solo por dar un ejemplo característico.

En este contexto, es casi imposible soñar con competir con ese estilo de producción donde el cine siempre debe estar ligado a la dependencia del Estado, que subsana los problemas asociados a la demanda y la escasez de recursos para la producción cinematográfica. Todo ello con la implementación de políticas culturales, en base a las llamadas alianzas público-privadas. En 2004 aparece el Fondo Audiovisual, donde básicamente se proponen dos formas para enfrentar el problema de la demanda: primero, integrar a Chile dentro de los circuitos mundiales mediante la asistencia a festivales y segundo, la “creación de audiencia”, donde aparece nuevamente el dilema inicial; o crear y creer en un cine de autor que es visto por pocos, muchas veces premiado en lugares de importancia y placer de los críticos o fomentar un cine comercial, escapista y muchas veces vulgar, pero que genere entradas cortadas en los cines. Tema para reflexionar.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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