Por: Diego Portales C. Director Ejecutivo Fundación Chile Descentralizado
Después de la catástrofe de mayo y junio parece que las autoridades sanitarias comienzan a respirar. Las cifras de Santiago ceden frente al confinamiento. Cuando vino la explosión de contagiados y fallecidos se acabó el plan de los “confinamientos inteligentes” que dividían ciudades y comunas. Había que parar. Hace un poco más de dos meses, el 15 de mayo, se inició el confinamiento total de la capital. El proceso ha sido lento, pero efectivo.
Sin embargo, Santiago no es Chile y no ocurre lo mismo en el Norte del país. Allí los flujos poblacionales, atribuidos especialmente a la minería, no han sido acompañados por medidas similares a la capital o se hacen de manera tardía. Los números son preocupantes y se siguen decretando cuarentenas.
El Sur, en cambio, ha tenido una evolución más favorable. Tanto que el ministro de salud anunció, lo que él llama, el “inicio del desconfinamiento” para las regiones de Los Ríos y Aysén.
No debemos olvidar que entre mayo y junio las cifras moderadas de contagio y letalidad se transformaron en curvas ascendentes hasta alcanzar los primeros lugares del mundo en número de casos por millón de habitantes.
¿Por qué fracasó la política sanitaria? Escuchando voces expertas, ellas nos señalan que el foco se puso “río abajo”: esto es, las iniciativas y los recursos se destinaron principalmente a dotar a los hospitales de ventiladores y demás elementos necesarios para contener la enfermedad una vez producida; en vez de poner el acento “río arriba”, o sea en prevenir contagios antes que las personas cayeran al torrente del coronavirus.
Por otra parte, persiste y se agrava la crisis económica. Lo que en marzo y abril se esperaba fuera un período breve de confinamientos parciales y reducción acotada de la actividad económica ha ido cambiando hacia los malos presagios. El Banco Central en marzo había estimado que este año la economía caería entre – 1,5% y – 2,5%. A fines de junio esas cifras han variado a estimaciones entre – 5,5% y – 7,5%. Y las previsiones siguen cayendo.
¿Por qué esta crisis de expectativas? Desde el “Foro por un Desarrollo Justo y Sostenible” ya se había planteado que las caídas pronosticadas en marzo estaban subestimadas. Pero además las medidas económicas “por goteo”, establecidas por el gobierno en el inicio de la pandemia, han agravado la situación. Ellas han impedido que la mayoría de la población tenga ingresos mínimos de sobrevivencia y así poder mantener la disciplina que exigen las reglas del confinamiento. El resultado de este grave error ha sido la extensión del período de restricciones a la movilidad y una prolongada caída de la demanda (y de la oferta) lo que lleva directamente a una profunda recesión.
Uno de los factores explicativos de estos errores se origina en lo que hemos llamado el “centralismo extremo” de la conducción del gobierno.
El Centralismo extremo en la política sanitaria
La política “río abajo” partía por una alta centralización en la toma de decisiones. Se constituyeron mesas sociales en la capital y las regiones, pero tal como señaló el ministro del ramo, eran “tantos los frentes que atender que él no pudo asistir”. O sea, la construcción de un liderazgo no era algo prioritario, eso se podía delegar, las otras responsabilidades no. A partir de ese enfoque vertical y autoritario, las instituciones validadas por la estrategia han sido el ministerio, las subsecretarías, las secretarías regionales ministeriales, las direcciones regionales de salud y los hospitales; todo aquello que responde a la verticalidad del mando ministerial. Se marginó a la atención primaria y los municipios y se subvaloró el aporte del Colegio Médico, de la comunidad científica y la sociedad civil.
Esta opción política e institucional subutilizó la capacidad del Estado y de los profesionales para atender las tareas “río arriba”: la detección precoz a través de las pruebas, la investigación de la trazabilidad de los contagios, el aislamiento efectivo de los contagiados y el control de la expansión de la epidemia. Todo ello pudo hacerse mejor con el apoyo a las instituciones que trabajan más directamente con las personas. La cultura del centralismo extremo desconfía de las capacidades descentralizadas.
Cuando la autoridad reconoció su ignorancia acerca de las verdaderas condiciones de vida de la población de escasos recursos quedó en evidencia la naturaleza del problema. Este verdadero escándalo político y moral responde a la extrema fragmentación de la sociedad chilena, donde la élite, que ha sido formada en lo que Felipe Berríos denominó “la cultura de las universidades de la cota mil”, desconoce la realidad de vida de millones de seres humanos que habitan la ciudad y el país.
El “centralismo extremo” cobró su primera víctima territorial en la propia capital. Santiago y la Región Metropolitana se transformaron en el foco del contagio masivo. En vano los alcaldes habían pedido medidas más estrictas de confinamiento. Tampoco colaboraron al distanciamiento social la avaricia en las políticas de apoyo económico a la población. El transporte público, los centros del comercio de alimentos y las entidades requeridas para obtener recursos o servicios esenciales se han transformado en los focos de la transmisión del virus. La llamada “batalla de Santiago” se perdió.
El desenlace tardó en ejecutarse. La salida del ministro Mañalich, defendido por algunos, puso fin a una etapa de fracasos. Con el nombramiento del ministro Paris se abrió una esperanza en el diálogo, el cambio radical de la política y la validación de los actores en todo el territorio.
El Centralismo extremo en la política económica
Junto al drama de la salud en paralelo se está viviendo la lamentable evolución de las cifras económicas y su impacto en la calidad de vida de la población.
Ellas se originan en una conducta similar a la descrita para el ámbito sanitario. El gobierno, haciendo caso omiso de las recomendaciones de expertos que proponían hacer uso de la enorme capacidad financiera del Estado (bajo nivel de endeudamiento respecto del PIB, ahorros en diferentes instrumentos del mercado financiero, nivel cero o negativo de las tasas de interés), prefirió la política del “goteo”. Interpretando mal la probable evolución de la pandemia en el país estableció un primer Ingreso Familiar de Emergencia por tres meses, con montos escuálidos ($65.000 pesos por persona el primer mes y luego sumas decrecientes), un sistema engorroso de postulaciones y lentitud administrativa para ponerlo en marcha. Todo lo contrario de la urgencia que debía exigirse para ser efectivos en la gestión de la pandemia.
Por otra parte, las medidas iniciales de reducción de gastos para las familias afectaron principalmente los ingresos de los gobiernos subnacionales, en particular los municipios. En marzo y abril correspondía pagar los permisos de circulación y las contribuciones de bienes raíces. Fue una medida oportuna, pero no se acompañó de medidas complementarias para paliar los déficits que eso ocasionaba en los municipios. Algo similar ha estado ocurriendo con el Fondo Nacional de Desarrollo Regional, recortando presupuestos y centralizando la ejecución del gasto.
Desescalar la Pandemia
El idioma traiciona. Confinar es encerrar a alguien de forma obligatoria. Esto ha ocurrido en la Región Metropolitana y en muchas comunas del país, pero no en todas.
El centralismo extremo se prolonga en el uso equivocado de los verbos (entre otras cosas). El ministro Paris anuncia que dos regiones: Los Ríos y Aysén inician el desconfinamiento. Dos regiones donde la población nunca ha estado confinada. En otras partes esto se llama “desescalar”; esto es, eliminar progresivamente medidas restrictivas.
Los errores se acumulan. En los anuncios del ministro se decreta que se pueden abrir los malls y los cines. En la Región de Aysén no hay ni malls ni cines. En Valdivia, el único mall está abierto hace rato.
El ministro aceptó en forma autocrítica que no comunicó con antelación. Mucho menos lo consultó. Desescalar requiere conocer cada territorio e incorporar a los actores para que se preparen siguiendo protocolos rigurosos. La experiencia europea indica que el exceso de rapidez y entusiasmo en la desescalada provoca rebrotes preocupantes. Estos procesos, en lo sanitario y en lo económico y social requieren compromiso y participación de muchos, exigen descentralización.
Durante este año ello requiere validar a los diversos actores en el territorio: Consejos Regionales y municipios, universidades regionales y expertos, organizaciones sociales y ciudadanos. Gestionar un trabajo colaborativo entre los diversos niveles del Estado y entre éste y las comunidades es una de las claves del éxito.
El proceso constituyente y las próximas elecciones de gobernadores regionales, alcaldes y concejales están cerca. Si iniciamos ahora la experiencia de la gobernanza colaborativa, ello será una oportunidad para fortalecer el aprendizaje social y la participación ciudadana y permitirá superar en plazos más breves y de mejor forma la crítica situación que embarga a Chile y los chilenos.
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