[Opinión] Cuarentena COVID-19, un alto en la frenética vida moderna con insospechadas consecuencias

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Por: Bernardita Espinoza V. Ingeniero Civil Industrial, Universidad de Chile


La vida moderna nos ha sumido en una frenética carrera contra el tiempo, que no nos permite detenernos a reflexionar, a dialogar, a sentarse a leer a pensar o simplemente, en algunos casos hacer nada. Estas cuestiones imposibles en nuestra vida antes de marzo de 2020, de pronto se hicieron posible, de una forma más dramática para unos y menos dramática para otros.

Teniendo plena consciencia de lo que el confinamiento implica para una buena porción de la población que vive al día obteniendo sus ingresos mediante trabajos informales una situación muy compleja y de serias consecuencias, y que existe, asimismo una buena porción de la población para la cual el confinamiento en condiciones de hacinamiento, alcoholismo o drogadicción implica riesgos emocionales e inclusos riesgos para su integridad por el aumentos de las probabilidades de ocurrencia de violencia doméstica sin la posibilidad de evadirla.

No obstante lo anterior, esta columna quiere tratar respecto de aquellos elementos positivos que en algunos casos ha implicado el confinamiento en los hogares ocasionado por la crisis sanitaria por el COVID-19.

La cuarentena nos ha conferido, a pesar de todos sus costos y daños colaterales, mencionados precedentemente, un privilegio que la modernidad nos había arrebatado, el privilegio de estar en familia, de disfrutar sin prisas la tertulia familiar, el compartir la mesa, ver películas todos juntos, escuchar música, contarnos historias o de simplemente estar con nosotros mismos, reflexionar, leer, tener más tiempo de pensar antes de opinar, tener tiempo para valorar la compañía de quienes de pronto no tenemos al lado.

Cuando niña vivía en un pueblo pequeño y mi padre tenía su trabajo a distancia caminable, igual que nosotros el colegio, desayunábamos juntos sentados a la mesa, lo mismo el almuerzo y la cena. Esta experiencia partía con el aprender a escuchar cuando más pequeños, para de a poco poder empezar a dar opiniones, aprendiendo en ese proceso a respetar los turnos, a fundamentar las opiniones, a usar adecuadamente el lenguaje, a modular debidamente de modo de ser entendido, a respetar al interlocutor al frente, todo un proceso de aprendizaje que te preparaba para el debate fecundo, la búsqueda de consensos y la empatía con las posiciones y emociones de los otros.

En los últimos años y antes de la cuarentena, nuestra comunicación se había visto reducida al monólogo narcisista emitido a la bandada y sin responsabilidades por las RRSS, sin medición del efecto sobre el resto, sin responsabilidad sobre sus consecuencias, es tan fácil hoy emitir irresponsablemente incluso amenazas a la vida de autoridades y personalidades, que respetarnos entre nosotros se ve vulnerado, esto sumado a la escasez de tertulia familiar, que nos enseña a escuchar y valorar otras perspectivas y opiniones nos tenía sumidos en un torrente iracundo y reactivo. Esto sumado la pérdida de valiosas horas de vida en interminables traslados, en gran medida en condiciones molestas, agregaba un efecto de mala predisposición y amargura a nuestras vidas, exceso de traslados que hoy se ha demostrado que en muchos trabajos son gastos de tiempo y recursos innecesarios, que bien podrían resolverse masificando el teletrabajo y el home Office total o parcial.

El llamado entonces, para este tiempo de confinamiento es no verlo como un castigo o una condena, sino como una oportunidad para hacer un alto, reflexionar, conversar, conocernos, retomar la práctica o disfrute de la música, el arte, la lectura todo aquello que nuestra frenética vida moderna nos había arrebatado, en vez de perder energía y tiempo en lamentarnos de aquellos aspectos en que el confinamiento ha cambiado nuestras vidas.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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