Por: Viviana Contreras C. Académica y coordinadora de Formación del Programa de Sustentabilidad UTEM
Vivir un estallido social el año 2019 gatillado por una expresión de demanda colectiva, basada en diversos derechos, que involucran una mejora en el bienestar y calidad de vida de miles de chilenos y chilenas. O vivir una pandemia global que paralizó y enlutó al mundo y a Chile en todo el sentido de la palabra, constituyen diversos fenómenos naturales, sociales, económicos y sanitarios que hemos vivido en los últimos años. Muchos de ellos -quizás- nunca vistos por algunas generaciones más jóvenes.
Evidenciar año a año graves desastres naturales inducidos por el cambio climático que no solo afectan a nuestro territorio, sino que también a países muy desarrollados del Norte, o recientemente ver una invasión y guerra entre Rusia y Ucrania constituyen impactos en el desarrollo de las economías globales y locales que tristemente acrecientan indicadores de insustentabilidad, tales como pobreza, hambruna, desigualdades sociales, falta de justicia y paz, entre otros.
Este panorama llama a reflexionar y cuestionarnos con urgencia, respecto de los estilos de vida y consumo que nos rigen y que se promueven día a día, cómo estamos entregando valores y principios.
En 2023, se cumplen 51 años desde el hito de la conmemoración del 26 de enero como el Día Mundial de la Educación Ambiental, fijada el año 1972 durante la Declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas, celebrada en Estocolmo, Suecia, cuyo fin mayor es promover en las sociedades una concientización respecto del cuidado de nuestra casa común que es el planeta.
A nivel mundial y local, Instituciones de Educación Superior han escuchado el llamado desde la Unesco para implementar en sus aulas una Educación Ambiental para la Sustentabilidad, siendo promotores en la transformación y regeneración de un nuevo conocimiento que forma a los futuros líderes y tomadores de decisiones -nuestros agentes de cambio que el mundo necesita- con una mirada sustentable en el quehacer de cada uno de ellos, desde su acción ciudadana hasta su injerencia en su ámbito laboral.
El formar a los futuros profesionales y ciudadanos basados en esta nueva educación del siglo XXI, otorga herramientas de promoción de competencias de la Educación para la Sustentabilidad tales como: pensamiento sistémico, pensamiento crítico, capacidad de resolución de problemas, innovación en la búsqueda de tecnologías sustentables, trabajo colaborativo y valoración de la biodiversidad en el amplio sentido de la palabra.
A lo anterior se suma el respeto no sólo a la naturaleza, sino que también a la diversidad de culturas, promover la autoconciencia, empatía, la igualdad de género e inclusión en pro de la promoción del respeto y principio de corresponsabilidad en la búsqueda de una sociedad más justa y consciente en cuanto al estilo de vida y sus hábitos de consumo, por tanto, brinda la esperanza de alcanzar el desarrollo de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible presentes en la agenda 2030.
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