Por: Komal Dadlani. Bioquímica, CEO y Co-fundadora de Lab4U
Comparar marzo de 2020 con el mundo que vivimos hoy hace imposible negar los cambios que la pandemia ha incorporado en nuestras rutinas y en la forma de ver las cosas. Cada industria ha tenido que readaptarse y el mundo de la educación ha sido uno de los más desafiados. El factor más evidente ha sido, por supuesto, la manera de impartir clases, pasando de un modelo presencial a un formato online. Pero este es solo un cambio de forma y lo que necesita la educación en los próximos años es una revolución de fondo, mucho más radical.
El COVID puso en evidencia problemas que venían arrastrándose desde antes con la Transformación Digital, donde vemos que los jóvenes que egresan de los colegios no están preparados para las necesidades del mundo actual, atrapados en el aprendizaje de programas curriculares que cada día se vuelven más obsoletos y que fueron creados cuando las demandas eran otras y los tiempos eran otros. En 2018 el Banco Mundial dijo “We are schooling without learning”, es decir, “estamos escolarizando sin aprendizaje”.
En muchos países, los trabajos o especialidades más requeridos no existían hace 10 o incluso cinco años. Es más: 6 de cada 10 niños que están iniciando su educación escolar tendrán en su adultez un trabajo que todavía no existe, según proyecciones del Foro Económico Mundial.
La pregunta que hay que hacerse es si la actual educación chilena está preparada para estos cambios y el ritmo con el que van a acelerarse.
¿Estamos desarrollando habilidades en los estudiantes para los avances científicos y tecnológicos de la Inteligencia Artificial, la robótica, la salud, la biotecnología, las energías renovables, la astronomía, la informática, o cualquiera de los otros problemas reflejados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos por la ONU y que requieren una base científica? ¿Promovemos en los jóvenes el desarrollo de pensamiento crítico ante los avances de la ciencia y tecnología y cómo pueden ayudar a las comunidades en materia económica, medioambiental, política o social? Un rápido vistazo a las mallas curriculares o exigencias ministeriales nos indica que por ahora, las respuestas no son positivas.
Históricamente las asignaturas más “populares”, con más horas a la semana, son aquellas que se evalúan en el SIMCE y más tarde en el acceso a la educación superior: Lenguaje y Matemáticas. Se trata sin duda de áreas relevantes en el desarrollo de cualquier niño o niña, pero no pueden ser las únicas. En pleno Siglo XXI necesitamos a personas que no solo sepan leer ni hacer cálculos, sino que además manejen competencias y habilidades del área tecnológica, científica, digital, financiera, cívica, filosófica, etc.
La educación ya no puede ser simplemente el traspaso de contenidos teóricos. Según el Proyecto 2030 de la OCDE sobre el futuro de la educación y las competencias, el llamado es a sustituir los antiguos estándares educativos por un marco que combine los conocimientos con habilidades como creatividad, pensamiento crítico, comunicación y colaboración.
Los estudiantes requieren no sólo conocimientos, sino también destrezas, actitudes y valores para prosperar y dar forma a su propio futuro para una ciudadanía global más empoderada. Esto ha sido más evidente que nunca con la actual pandemia. En un mundo que se transforma tan rápido que no somos capaces de predecir qué tecnologías y tendencias se impondrán en el futuro, tenemos que enseñar a los niños y jóvenes a ser flexibles y estar abiertos al nuevo paradigma.
Los sistemas educativos que no se actualicen seguirán quedándose atrás a menos que se cambie la forma de enseñar y aprender. Aún estamos a tiempo, aún podemos incorporar nuevas metodologías basadas en evidencia y preparar a las próximas generaciones para afrontar los retos mundiales. Es hora de ponerse manos a la obra y trabajar por el cambio que necesitamos ver.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.