[Opinión] En defensa del decrecimiento

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Por: Manuel Baquedano M. Presidente del Instituto de Ecología Política


A la salida de una reunión con la Presidente de la Convención Constitucional, en ese momento Elisa Loncón, Juan Sutil, el presidente de la principal patronal chilena, la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), dijo sentirse tranquilo pues le habían transmitido que la nueva Constitución sería una “Constitución en equilibrio”. Sin embargo, casi sin sospecharlo, con sus declaraciones Juan Sutil estaba iniciando un nuevo tipo de debate en nuestro país.

Entre sus comentarios sobre los temas que recomendaba descartar de la nueva Constitución no figuraban los tradicionales miedos del empresariado chileno como el crecimiento “desmedido” del Estado o la influencia de los comunistas en la futura Constitución. Lo que Sutil consideró de extrema gravedad es que algunos convencionales estuvieran conversando sobre “decrecimiento”.

En primer lugar, es necesario aclarar que conceptos como el de decrecimiento, colapso o crisis civilizatoria pertenecen a un paradigma de conocimiento distinto y contrapuesto al paradigma dominante. El conocimiento actual todavía está anclado en la ciencia cartesiana que trata temas como el clima de forma aislada de su contexto ecológico y social.

De esta forma, al considerar al clima -por ejemplo- sólo como un variable independiente, no se considera realmente la totalidad de un fenómeno como la “crisis climática” (lo que permite también ocultar el fenómeno).

Hoy lo que estamos viviendo es un rebasamiento de los límites de la naturaleza por parte de la humanidad, como advierte William Catton en su libro “Rebasados, las bases ecológicas para un cambio revolucionario”. En palabras del investigador Mateo Aguado Caso, la biosfera podría estar cruzando ya, de facto, un umbral de cambio crítico, abrupto e irreversible como resultado de la influencia humana.

La única alternativa que tenemos para sobrevivir como especie es tratar de vivir nuevamente dentro de los límites de la naturaleza y la única forma de hacerlo es eliminando lo superfluo, lo que prácticamente implica dejar de producir la mitad de las mercancías del mundo.

Las declaraciones de Sutil condenando conceptos nuevos como el de decrecimiento (y al mismo tiempo sacándolos de su contexto) demuestran que aún nos gobierna una élite que no entiende nada o, lo que es mucho peor, que no quiere entender las verdaderas causas de la crisis climática.

Recién ahora -felizmente- la ciencia comienza a tener su palabra no mediada por los intereses de los Estados y de las empresas. Es por esto que comenzamos a conocer fenómenos que nos obligan a reconsiderar la verosimilitud de los viejos enfoques científicos y nos permiten, al mismo tiempo, comenzar a pensar los nuevos paradigmas, aquellos que nos alertan sobre los cambios acelerados que estamos viviendo en la civilización industrial que nos llevan directamente a la extinción de la especie humana.

Tan sólo han transcurrido 200 años desde los comienzos de la civilización industrial. Durante este período la población humana se ha multiplicado por ocho. A medida que se vayan conociendo otros conceptos derivados de la economía ecológica, podremos entender que la mayor parte del crecimiento económico global –el mismo que tan ardorosamente defiende Sutil- ha tenido lugar a costa del deterioro ecológico del planeta. La sequía que vive hace años la zona central de Chile es en realidad un tránsito hacia un ecosistema semiárido, fruto del acaparamiento y el saqueo de privados que exportan, entre otras cosas, agua bajo la forma de frutas.

Podemos afirmar que el país está contrayendo una enorme deuda ecológica ya que el modelo económico que se desarrolla en su territorio saca sus ganancias de la explotación de los bienes naturales públicos como el agua, los bosques nativos, los salares y los minerales, entre otros.

En un esfuerzo desesperado por tratar de mantener el modelo de desarrollo vigente, basado en el crecimiento económico permanente en un medio finito y cerrado como es la biósfera, se han inventado numerosas propuestas para hacer compatibles factores que a todas luces no pueden serlo. Como advierte Mateo Aguado, “Para el ritmo de crecimiento económico que el FMI y el Banco Mundial consideran óptimo (tres por ciento anual), el tamaño de la economía mundial se duplicaría en sólo 24 años con la enorme huella ecológica que ello conllevaría”.

El decrecimiento de la actividad humana, incluida la actividad económica, es una conclusión a la que arriban diversos estudios científicos que advierten que los seres humanos hemos sobrepasado cinco de los nueve límites que la naturaleza tiene para mantener el equilibrio y permitir la vida de muchos seres vivos. Según los científicos Megan Seibert y William Rees, “Para lograr la sostenibilidad y salvar lo que podamos de la civilización industrial, la sociedad debe embarcarse en un descenso planificado y cooperativo desde un estado extremo de rebasamiento en apenas una o dos décadas. Aunque para el proverbial camello sea más fácil pasar por el ojo de la aguja que para la sociedad mundial tener éxito en este empeño, la historia está repleta de logros estelares que únicamente se han podido alcanzar a través de una tenaz búsqueda de lo aparentemente imposible”.

Es el momento de frenar, no de acelerar. Si queremos sobrevivir debemos decrecer nuestras actividades humanas de forma planificada. Si no lo hacemos, la naturaleza lo hará por su cuenta de manera caótica y llevándonos muy probablemente a la barbarie.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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