Por: Arturo Celedón. Director Ejecutivo de Fundación Colunga
Que duda cabe que las niñas, niños y adolescentes lo están pasando mal con la pandemia. Aquellas y aquellos que antes de la crisis vivían en condiciones de vulnerabilidad y pobreza, hoy han visto exacerbada esta situación, han perdido sus redes de apoyo, se han visto alejadas/os de la educación formal y, además, nuevamente han visto cómo sus derechos pasan a segundo plano en una sociedad adultocéntrica que parece haberlos dejado en un segundo plano durante la emergencia. Esta es sin duda una forma de violencia que vemos a diario, pero que pasa desapercibida.
La violencia en la niñez es una realidad cruda, diversa y extendida en todas las sociedades. Día a día, miles de niñas, niños y adolescentes en Chile sufren violencia de diferentes maneras y esto se produce en variados contextos: hogares, barrios, escuelas e incluso en las instituciones creadas para darles protección por parte del Estado.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia como el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona, un grupo o comunidad, que tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.
Estos episodios suelen estar ocultos, naturalizados o no son denunciados por temor o vergüenza. Sin embargo, los datos desestiman la magnitud real, donde un metaanálisis a nivel mundial indica que el maltrato físico denunciado por las propias niñas y niños es 75 veces más alto que lo que indican los informes oficiales, mientras que en el ámbito de violencia sexual es 30 veces más alta.
En Chile, según MIDESCO, el 62,5% de las/os cuidadoras/es del país ejerce algún método violento de disciplina. Por otra parte, el maltrato y abuso sexual sigue siendo la causa principal de ingreso al Servicio Nacional de Menores (SENAME), institución que registra al 2016 una tasa de denuncias por abuso sexual de 348,33 por cada 100 mil niñas, niños y adolescentes (NNA). Además, según la última Encuesta nacional de violencia intrafamiliar en 2020, las mujeres entre 15 y 18 años son el segundo grupo etario más afectado por violencia intrafamiliar, con una prevalencia de 29,4% en el último año, y los estudios de Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) indican una cierta tolerancia a ciertos tipos de violencia no física en el pololeo.
Algunos de los factores críticos de la violencia hacia niñas, niños y adolescentes están relacionados con ámbitos estructurales como la pobreza, la desigualdad, normas patriarcales y ejes de globalización, así como institucionales por la debilidad de su sistemas de protección, la falta de coordinación de los servicios de respuesta, mala gobernanza escolar, entre otros. Provocando heridas para el resto de la vida en los NNA, en muchos casos problemas psicológicos, comportamientos riesgosos, daños físicos entre otros.
Diversas organizaciones internacionales, en colaboración con organizaciones de la sociedad civil, desarrollaron un conjunto de estrategias para poner fin a la violencia en la niñez tales como la implementación y vigilancia del cumplimiento de las leyes; normas y valores; seguridad en el entorno; padres, madres y cuidadores/as reciben apoyo. Creemos firmemente que las diferentes acciones e iniciativas impulsadas con el fin de asegurar que puedan vivir y crecer en entornos libres de violencia son fundamentales para el buen trato, sensibilización, prevención de sus derechos y erradicación de toda violencia en la infancia y adolescencia.
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