[Opinión] La conexión entre el estallido social, la pandemia y el pueblo Mapuche

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Por: Diego Ancalao G., Presidente de la Fundación Instituto de Desarrollo y Liderazgo Indígena


Hace pocas semanas he publicado mi segundo libro, denominado “Otra vez hoy la tierra se levanta. Hacia un mundo del Kume Mongen (Buen Vivir)”, que será lanzado próximamente. Ese texto, escrito antes de conocerse la profundidad de la pandemia provocada por el coronavirus, presenta una visión que permite reconocer algo que a primera vista no parece evidente: la conexión entre el estallido social y esta epidemia global.

En efecto, las movilizaciones sociales que se extendieron a partir de octubre de 2019, hicieron visible de un modo brutal, la existencia de dos Chiles. Uno, en que vive una gran mayoría, que podemos describir como los excluidos del sistema, aquellos que viven y sufren las más variadas formas de pobreza, lo que incluye a esa frágil “clase media”; y otro, en que habita un pequeño grupo privilegiados, que goza de todas las prerrogativas de un modelo hecho “a la medida”.

Aunque parezca descarnado decirlo, esos últimos, necesitan que aquellos primeros, vivan en la precariedad y se repartan las migajas que caen de la mesa de los poderosos. Esto que digo, que podría parecer una vieja consigna ideológica de esa izquierda trasnochada, no es más que una pura y simple constatación de hechos categóricos y evidentes.

Esta inequidad, que durante mucho tiempo pareció ser un “dato de la causa”, es decir un hecho dado, inevitable y definitivo, nace con los liberales ortodoxos, que diseñaron las bases de un modelo de desarrollo basado en el libre mercado y en el individualismo consumista como su motor. Según esta teoría, la competencia libre no debe ser obstaculizada por el Estado, pues ella, por sí sola, resolverá todos los problemas y generará una riqueza suficiente, que “chorreará” a los que no son capaces de competir.

La oligarquía de los partidos de la Concertación, en vez de dar un giro de timón, profundizaron ese modelo neoliberal e incluso fueron más allá que la propia dictadura, privatizando los bienes, los servicios y los recursos naturales de todo el pueblo chileno. Este es el grito que se escuchó con fuerza a partir del levantamiento social de 2019, que clamaba por el simple derecho a la dignidad y el establecimiento de condiciones de igualdad que garantizara el pleno ejercicio de los derechos humanos, para cada habitante de esta tierra.

A los que se acostumbraron a definir la agenda del país y aquello que se debía hacer, pensar y decir, se les hizo una categórica advertencia: el pueblo les retiró su confianza, hasta que demostraran que estaban a la altura de los desafíos que se avecinan.

Pero esta nueva crisis de salud pública, solo ha ratificado que esos líderes de todos los sectores, despojados de toda virtud y capacidad ética, definitivamente no están a la altura. Por contrario, han demostrado una vez más, una ambición desmedida, el egoísmo llevado a su máxima expresión, su olvido inescrupuloso del dolor ajeno, su falta de compasión por quienes han muerto esperando atención médica y por los que han sido despedidos de su trabajo sin causa justa.

Toda esa casta indigna del cargo del que han usufructuado,  han terminado con un hastío moral definitivo de un pueblo, que se ha vuelto contra esos abusos intolerables. Esta pandemia, simplemente los ha desnudado y los ha vuelto a poner en a la vista de todos, representando con majadera obstinación, el papel que les ha generado tanto rédito.

Sería absurdo hablar de una segunda crisis del Estado, luego del estallido social, sino más bien, asistimos a una sola crisis profunda y estructural, que les ha hecho incapaz de resolver primero las demandas indígenas, luego las demandas sociales del pueblo chileno, y hoy, las demandas básicas de las cuales depende la simple necesidad de  sobrevivir al covit 19.

De esta crisis del Estado trata el libro que he mencionado. Este plantea que “el problema mayor que hay que resolver para salir de la crisis actual es, precisamente, la casta política que se ha ido engendrando. Esto tiene que ver con las funciones esenciales que cumple la buena política, que son, por una parte, promover el bien general por sobre el bien particular y, por otra, la capacidad de tomar decisiones colectivas, que expresen los intereses ciudadanos… La calidad de la democracia depende en una medida significativa de la calidad de sus líderes, y en ese ámbito la pobreza sí que es extrema”.

En ese texto, planteo que la solución de fondo requiere una nueva arquitectura del país. La configuración de un nuevo Chile debe brotar desde las aspiraciones más profundas del pueblo, con un acuerdo de principios esenciales de convivencia y un consenso amplio de cómo queremos vivir de ahora en adelante. Entre muchos principios que se deben recoger, debe incluir el reconocimiento en derecho, de lo que Chile es en los hechos, un Estado plurinacional.

La propuesta del buen vivir, implica que hemos de situarnos mucho más allá de las ideologías que, siendo legítimas, han demostrado su fracaso, como la capitalista que ubica la libre disponibilidad del dinero en el centro del desarrollo o el socialismo que defiende la igualdad por sobre la libertad individual. La gran diferencia es que los Mapuche, y los indígenas en general, ubicamos la vida en el centro del desarrollo. Esta es la única forma de perpetuar la especie humana.  Esta es una diferencia sustantiva, que permite encontrar en la cosmovisión Mapuche un nuevo modelo de desarrollo que puede ser una contribución al Chile que ha despertado, más de una pesadilla que de un sueño.

Lo que nos enseña y recuerda, tanto el estallido social como esta cruel pandemia, es que la vida es frágil y que las injusticias no pueden durar para siempre. La mayor lección que podemos sacar de estas experiencias recientes, es que todos somos indudablemente iguales y que el valor de la vida es primordial.

Lo que hay en el fondo, es que la tierra se vuelve a levantar para recordarnos nuestra verdadera condición y nuestra esencial interdependencia. Será nuestro reconocimiento de ser una comunidad de personas dignas y el irreemplazable rol de la solidaridad, lo que nos devuelva la esperanza de un mundo diferente, un mundo del buen vivir y de una fraternidad verdadera.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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