[Opinión] La “Democracia” que pacto la izquierda caviar: “Es la que tiene aburrido al país”

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Por: Diego Ancalao G. Presidente Fundación Instituto Desarrollo y Liderazgo Indígena


La promesa de disponer de una democracia que entregue a sus ciudadanos un trato digno, el pleno ejercicio de la libertad individual, el establecimiento de parámetros básicos para la instalación del bien común y las expectativas de consolidar un tipo de desarrollo sin exclusiones, se ha ido desvaneciendo en una profunda decepción.

Millones de personas no se sienten representadas por ningún partido político. Esta situación, es por la constatación de que la democracia termina siempre beneficiando a algunos pocos, en desmedro de una gran mayoría que a través de las generaciones, ha mantenido la esperanza de que finalmente, esa ansiada felicidad, toque a sus puertas.

Esa mayoría anónima, lleva décadas escuchando promesas de los más diversos lenguajes y apariencias. Confiados que alguna vez las cosas cambiarán, viven angustiados por el pago de las cuentas de los servicios básicos, sufren cotidianamente la indignante rutina de integrar una lista de espera para recuperar la salud, reciben una pensión asistencial miserable después de toda una vida de esfuerzo y rebuscan un trabajo informal para poder satisfacer sus necesidades básicas. En paralelo, asisten al espectáculo bochornoso en que sus parlamentarios, es decir, “los representantes del pueblo”, discuten su propio aumento de sueldo (dieta), cuyos montos ya resultan insultantes. Y para congraciarse hoy han propuesto la reducción de su dieta, apenas un 10 ó 20%, y el fin de la reelección indefinida no incluye a los actuales parlamentarios, un nuevo engaño.

El país es testigo del amplio desprestigio de la política y su dirigencia. La causa de esta mala opinión radica en las irregulares acciones perpetradas por quienes, desde todos los sectores políticos, se las arreglan para ostentar el uso del poder, incluso más allá de si gobiernan o no.

Esa relación deleznable entre política y dinero se ha tatuado en la percepción ciudadana, como un hecho de la causa. El financiamiento irregular de las campañas con dineros privados, las coimas a cambio de favores políticos, los negocios inmobiliarios hechos a partir del patrimonio de algunos partidos, parecen ser conductas propias de la acción política, una cuestión “inevitable” ante la cual parece que solo queda la resignación.

En la derecha este vínculo aparece como algo natural, casi como una consecuencia lógica. En cambio, en la “izquierda” esto llama mucho más la atención. Debo reconocer que, al parecer, la peor izquierda de todas, es la izquierda hipócrita, que es aquella que habla de igualdad, pero en el fondo, le rinde pleitesía a la única verdad que reconocen en secreto: la religión del mercado.

Frente a este escenario, resulta casi enternecedor, cuando desde las trincheras de la lucha política, se hace la pregunta, ¿por qué la gente no vota? La respuesta es obvia: no hay por quién votar. La gente se ha cansado de elegir el “mal menor” y quisiera disponer de una alternativa que recupere la esperanza del cambio en positivo.

Cuando uno proviene de una posición social y económica postergada, se consolida la certeza que esa situación finalmente es sostenida por todo el espectro político, que no tiene la menor intención de compartir sus privilegios. Y cuando los porfiados hechos vuelven a confirmar que esta actitud también es avalada (por acción u omisión) por personas y partidos de izquierda, los hechos resultan aún más irritantes.

Me refiero, por cierto, a esa izquierda “caviar”, de escritorio y de café, que de manera ignominiosa ha abandonado los principios que declara entusiastamente en las campañas y que luego niega en la práctica y en sus decisiones.

No obstante, la gente está sacudiéndose el letargo de la indiferencia y comienza a exigir consistencia.  Así entonces, cada vez hay una noción más clara de que en Chile la desigualdad no solo es de ingresos, también es política, social y étnica. Y no se puede seguir dejando el Estado en manos de aquellos que prefieren distribuir pobreza y no distribuir las riquezas de Chile.

Ahora tampoco hay que pecar de ingenuos, al creer que esta situación está radicada solo en el sistema de partidos políticos. La verdad, es que hay un pequeño grupo de personas que ha creado la democracia a su medida, en contra del espíritu mismo del concepto. Ese grupo, representante de la elite económica y empresarial, han buscado siempre manejar a los medios, a los partidos políticos y a los principales centros de decisión relevantes. El resultado ha sido, que la democracia chilena se ha transformado en el instrumento que ha permitido perpetuar este modelo político y económico eminentemente injusto y depredador de las personas, las comunidades y la naturaleza.

Finalmente y cada cierta cantidad de años, asistimos a una suerte de acto plebiscitario, en que se elige qué elite gobernará a la mayoría. Y todo el debate político se limita a transmitir imágenes de televisión y apoyados por las encuestas, que no propone ni una sola idea. Esta es la política que tiene aburrido al país.

Cuando hablamos de recuperar la libertad, no lo hacemos en un sentido figurado o como una mera metáfora. Isaías Berlín decía que la libertad es la posibilidad de participar en las decisiones que nos afectan. Ser libres, en este caso, es estar al mando y no simplemente carecer de obstáculos para actuar, a lo que este autor denominaba la “libertad negativa”. Esta, consiste principalmente en la ausencia de coacción, es decir, las personas son libres en la medida que escogen, sin que nadie se los impida, dentro de las alternativas disponibles. Normalmente estas “alternativas disponibles” son definidas por el mercado, de tal modo que se es libre, justo hasta donde la capacidad de compra de un consumidor lo permite.

Qué duda cabe: no somos libes y por eso no tenemos el poder suficiente para resolver nuestros propios problemas. Hasta hoy, no hemos sido conscientes que esta democracia se ha encargado de excluirnos. Pero seguimos creyendo que el principal campo de acción, es la política, la buena política. En ella, la administración de las necesidades, los intereses y los proyectos de bien común, debe preservar la esencia de lo político, cuya razón de ser, es el ejercicio pleno de una libertad que se hace responsable del bienestar de todos. Un político que no plantee perfeccionar la democracia, es imposible creerle, porque la  política debe mantenerse siempre al servicio de los ciudadanos que la crean y la sustentan.

Me niego a aceptar que no podamos influir en el curso de la historia. Decía Martin Luther King, haciendo alusión a que la historia no se escribe sola, que esta la escriben las personas y que los oprimidos debían comenzar a escribirla también. Ese es el mismo llamado que es imprescindible hacer hoy en Chile. Porque necesitamos con más urgencia que nunca escribir el guion de nuestra historia, aquella en que los derechos y los deberes se entienden como bienes públicos de acceso igualitario, mediante un nuevo pacto social.

Pero los grandes desafíos para cambiar la política en Chile, chocan con la pequeñez de los líderes políticos. Tenemos que abordar en serio, la construcción de una sociedad del buen vivir (kumemongen), donde las personas deben estar por sobre el capital y las sociedades por sobre el mercado. En ese sentido,  los pueblos originarios tienen mucho que aportar desde su filosofía de vida. En la  ELAP de 2016, el mismo Pepe Mujica decía: “Tenemos tendencia socialista, pero el socialismo no existe en ninguna parte del mundo. Tal vez en el único lugar del mundo donde existe o existió es en los pueblos aborígenes, que sabían que el venado que casaban no era del cazador, era de la tribu”.

Estamos convencidos que el origen, tu apellido o la cuna no pueden ser limitantes para hacer el trabajo que los políticos no han hecho. Debemos levantar de una vez por todas, una política honesta, transparente y justa, liderada por personas que vivan esos valores que hoy se reclaman con urgencia. Debemos levantarnos por una educación a la altura de nuestro siglo, una salud digna, una seguridad social para todo el que la necesite y recuperar los derechos ancestrales de nuestros pueblos.

Nos hemos puesto de pie una y otra vez, porque nuestra voluntad ha sido más grande que nuestros adversarios, más grande que la pobreza y la marginación política. Es precisamente nuestro origen humilde, la fuente de la fuerza. Nunca olvidaremos ese origen, que lejos de dañarnos, será la señal permanente que nos recuerde la nobleza de nuestra causa.

Estamos aquí para recuperar la justicia, la libertad y la verdadera democracia, que se han extraviado en manos de los corruptos, los insensibles y los ineptos.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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