Por: Diego Ancalao G. Presidente Fundación Instituto de Desarrollo de Liderazgo Indígena
En medio del desconcierto que ha generado el despertar de Chile, en esa casta política que ha profitado del poder y los privilegios desde hace tanto tiempo, parece develarse una descarnada realidad que no estaba ni en sus cálculos más pesimistas.
Los representantes de todos los partidos existentes se habían acostumbrado a sortear crisis de muy diversa naturaleza, pero sabiendo que, más temprano que tarde, recuperarían el control de la situación. Muchos de ellos son como Lázaro y, cuando todos los creíamos muertos, vuelven a resucitar, una y otra vez. Hasta ahora. Si nos situamos en la lucha indígena en general y la del pueblo mapuche en especial, vemos que algunos no han aprendido nada de estas últimas semanas de conflicto. No solo no logran entender lo que está pasando, sino que buscan con notoria desesperación subirse al carro de los cambios que está a punto de partir, dejándolos en el andén del olvido.
En ese sentido, lo primero que hay que decir con absoluta claridad es que ha sido la gente –que se ha expresado mayoritariamente para exigir dignidad– y no el Estado de Chile, la que ha dado el reconocimiento que hace muchos años esperaban los pueblos indígenas. Nos ha resultado emocionante que personas de todas las condiciones, aunque particularmente aquellos que han sido excluidos del desarrollo, son los que han alzado nuestras banderas y nos han dado el lugar que la historia oficial nos ha negado hasta hoy.
Por lo tanto, hay que agradecer a quienes, asumiendo que compartimos la experiencia trágica de la discriminación, la exclusión y el abuso, nos han reconocido como sus hermanos, nos han tendido una mano de sincera solidaridad. Por mi parte, agradezco ese gesto, lo valoro y acepto el abrazo que se brinda con la generosidad que solo entrega el que ha vivido la pobreza más profunda.
Por lo mismo, no entiendo que algunos hermanos, justo ahora que el pueblo nos acoge, hablen de independencia absoluta para el pueblo mapuche. Esto se parece más a intentos personalistas por mantener la vigencia y los beneficios que ello les ha representado. De esta manera, junto con despreciar la invitación que los chilenos nos están haciendo, entregan nuevos argumentos para quienes siempre han pretendido criminalizar nuestra lucha y negar los derechos arrebatados violentamente.
Algunos de esos líderes, luego de elaborados y emotivos discursos, terminan siendo contratistas de las forestales Mininco, Arauco o “pasando el sombrero” en Europa, en organizaciones que de buena fe quieren contribuir a mejorar la situación indígena. Todo parece indicar que también ellos ganan con el conflicto, ya que, si se resuelve, perderían la fuente que los ha mantenido.
Pero las visiones erradas tienen varios rostros. Así, por ejemplo, el diputado (UDI) Jorge Alessandri, intentó argumentar en CNN que, a propósito de la generación de una nueva Constitución, “las cuotas atentan contra la democracia, porque van fijando asientos para ciertos grupos” y compara, según datos extraídos de la sabiduría que maneja por Facebook, que entregar cupos a los palestinos o israelíes es lo mismo que entregar cupos a los pueblos indígenas. Y agregó que es necesario dar la libertad para que un mapuche pueda votar por un no mapuche.
Aquí vemos pura ideología y prejuicios, en un intento infructuoso por disfrazarlos de ciencia política. En primer lugar, porque la definición más básica de democracia, que es el gobierno de las mayorías, siempre dejaría a las minorías sin representación, como es el caso de los pueblos indígenas. ¿Cómo entonces podrían nuestros pueblos acceder democráticamente a espacios de representación? No hay que olvidar que el pueblo que se manifiesta, una de las cuestiones que busca, es perfeccionar la democracia, que está hecha a la medida de los poderosos y no de los excluidos.
Ese perfeccionamiento de la democracia debe contener la incorporación de nuevos sistemas de representación, como lo son escaños reservados para las minorías indígenas. Este es el reconocimiento de derechos colectivos y políticos que debe quedar consagrado en la nueva Carta Fundamental y que debe ejecutarse por medio de la creación de un registro electoral indígena, para que así se elijan representantes de acuerdo a su densidad poblacional.
Resulta muy inadecuado el argumento que se ha esgrimido, en relación con que otras minorías podrían pedir este mismo derecho. Hay que recordar que los pueblos indígenas estaban aquí miles de años antes que el Estado. Las otras son subculturas, llegadas después, que adoptaron las reglas del Estado que los invitó o los recibió.
Además, lo que la gente está planteando, con una sabiduría popular muy pertinente, es que los indígenas son pueblos que constituyen parte esencial de la identidad misma de un Estado que debe reconocerse como plurinacional.
A los pueblos indígenas, se les ha dejado afuera del pacto social, pero la élite nunca lo dice en voz alta. La verdad cruda es que el Estado ha entendido siempre que, arrebatando a los pueblos indígenas sus derechos políticos y territoriales, podrían adueñarse de sus tierras y las riquezas que ella contiene.
En efecto, la pujante clase económica agraria nace del despojo de las tierras al pueblo mapuche. Asentaron allí a los emigrantes europeos (“colonos”), que luego fueron adquiriendo aquello que aseguraría su futuro estable: el poder político. Y desde entonces, se fueron acuñando esas frases que les permitían hasta el día de hoy justificar la expoliación a los mapuche: “Nosotros sabemos trabajar las tierras, no los mapuche” o “los mapuche son flojos, borrachos y hoy terroristas”.
Los que han estado en los gobiernos hasta hoy, son los descendientes o herederos de aquellos que acumularon riquezas y poder a costa de este robo legalizado y, por ende, mantienen el mismo discurso ideológico, racista, clasista y arribista, que les permita mantener sus privilegios.
Tampoco a ellos les conviene resolver el conflicto, porque eso llevaría inevitablemente a la concesión de derechos que chocan con sus intereses.
Como nunca antes, es necesario escuchar bien la voz categórica del pueblo, pues aprendió a distinguir quién los representa y quién no. Hoy gobierna la soberanía popular y eso lejos de ser una tragedia, es una buena noticia para quienes queremos construir un país digno, del kumemongne (buen vivir).
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.