[Opinión] Pandemias y Pestes desde la Literatura

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Por: Víctor Bórquez N. Asesor de Comunicaciones Corporativas en Casinos River SpA


En un recorrido somero por la literatura referida a pestes, virus, maldiciones divinas y pandemias, constatamos que siempre han estado presentes en los textos, mucho más de lo que quisiéramos creer, desde la Sagrada Biblia, en cuyos relatos -sobre todo los del Antiguo Testamento- son una prueba fehaciente de cómo el ser humano ha estado azotado por las plagas.

Un punto importante es que el concepto de las pestes y las enfermedades colectivas eran vistas en el mundo antiguo como un castigo divino frente a la clara desobediencia y la literatura al respecto es inquietante en su descripción:

“Yahvé hará que se te pegue la mortandad, hasta consumirte sobre la tierra en que vas a entrar para poseerla. Yahvé te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación, de ardor, de sequía, de quemadura y de podredumbre, que te perseguirán hasta destruirte”. Deuteronomio (28, 21-22).

Tucídides en “Historia de la Guerra del Peloponeso”, refiere a la gran peste de Atenas en 430 antes de Jesucristo, donde lo más probable haya sido causa de un brote de fiebre tifoidea, donde hasta el propio Pericles se contó entre sus víctimas fatales. El mismo Sófocles en “Edipo Rey” hace clara mención cuando escribe: “Un dios, portador de fuego, se ha lanzado sobre nosotros y atormenta la ciudad, la peste, el peor de los enemigos…”.

La Edad Media fue una de las peores épocas, caracterizada por plagas y pestilencias de todos los tipos, producto de una sociedad que carece de todos los hábitos respecto de limpieza e higiene del entorno y no posee medios para protegerse adecuadamente, todo ello sumado a un fanatismo enfermizo del concepto del Mal, el Infierno y el sentido de la culpa.

A propósito de la tristemente célebre Peste Negra de fines del siglo XIV, que pone un antes y después de la Edad Media, autores de la envergadura de Boccaccio la retratan en obras clave como “El Decamerón”:

“Con tanto espanto había entrado esta tribulación en el pecho de los hombres y de las mujeres, que un hermano abandonaba al otro y el tío al sobrino y la hermana al hermano, y muchas veces la mujer a su marido, y lo que mayor cosa es y casi increíble, los padres y las madres a los hijos, como si no fuesen suyos evitaban visitar y atender”.

El emperador romano Marco Aurelio reflexiona en sus “Meditaciones” acerca de otra peste (que por las descripciones podría haber sido la peste viruela) que probablemente le costó la vida:

“¿Prefieres asentarte en el vicio, y ni la experiencia te persuade todavía a huir de la peste? Pues peste es la corrupción de la inteligencia mucho más que una infección y alteración semejantes del aire que se difunde a nuestro alrededor”.

Procopio historió la extensa plaga del siglo VI en Constantinopla, denominada “peste justiniana” por el emperador que regía el Imperio Romano de Oriente. Era la temible peste bubónica. Este azote partió en Etiopía, pasó a Egipto, Jerusalén y Antioquía, antes de ensañarse con la capital imperial, donde mató a la cuarta parte de la población y fue la primera pandemia de la que se conservan fuentes escritas.

Uno de los capítulos más espeluznantes en materia de pestes y pandemias fue la denominada Muerte Negra, que se extiende desde India hasta Islandia, atravesando toda Europa y parte de Asia. Los historiadores señalan que esta peste acabó con un tercio del mundo de entonces, quitándole la vida a reyes, nobles, sacerdotes y escritores: desde el historiador florentino Giovanni Villani, a los 68 años, en la mitad de una frase que, justamente, estaba escribiendo sobre la peste, Laura, amada real o ficticia de Petrarca y a la florentina, Fiametta, amante de Boccaccio.

Recién a comienzos de diciembre de 1665 la enfermedad amainó, y el nuevo año presenció el regreso de muchas familias londinenses que habían huido en pánico. Las nuevas medidas de salubridad pública fueron elementos esenciales para aplacar el avance de las pestes posteriores y fue novelada por Daniel Defoe en “Diario del año de la peste” (1722),

Mary Shelley, la creadora del mito de Frankenstein, noveló “El último hombre” (1896), imaginando un mundo postapocalíptico, devastado por la peste a fines del siglo XXI (transcurre en 2073). Otro grande, Edgar Allan Poe, dedicó dos cuentos al tema: el mejor es el espeluznante “La máscara de la Muerte Roja”, y Alejandro Manzoni cierra su obra máxima, “Los novios” (1827), describiendo la peste bubónica que diezmó a Milán en 1630.

Resulta curioso que la gran pandemia de la gripe española de fines de 1918-1920, que infectó a 500 millones de personas y causó entre 20 y 50 millones de muertos en dos años, no inspiró a ningún escritor de la época (Hemingway, Dos Passos, Scott Fitzgerald, Mann, Hesse), aun cuando hubo un puñado de novelas y cuentos de Thomas Wolfe, Willa Cather, John O’Hara y Katherine Anne Porter. Franz Kafka tampoco escribió de manera directa sobre ella, a pesar de ser él uno de los infectados, lo mismo que Mahatma Gandhi y el presidente estadounidense Woodrow Wilson.

A finales del siglo XX, la literatura sobre pestes y virus surge en géneros como el terror, lo fantástico o la ciencia-ficción en las obras de Stephen King, Michael Crichton, Dean Koontz, Richard Preston y otros que pensaron tramas apocalípticas (mutaciones, guerra biológica, experimentos fallidos, zombis), pero escapando a mayores especulaciones teológicas.

Esperemos para saber si esta nueva pandemia será tema para nuevas generaciones de escritores, cuyas letras seguirán la vieja tradición pandémica en el mundo de la literatura. Habrá que sobrevivir para deleitarnos con sus textos.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.

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