[Opinión] Rankings educativos y pobreza curricular en Chile

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Por: Andrés Kogan V. Sociólogo. Diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable. Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea


La reciente entrega de resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES), no solo nos mostró nuevamente la profunda desigualdad, segregación y apartheid educativo existente en Chile entre establecimientos públicos y particulares pagados, en donde el capital cultural y nivel socioeconómico de las familias sigue siendo determinante en los puntajes obtenidos, sino también en una pobre idea de calidad educativa centrada en los rankings de pruebas estandarizadas.

De ahí que la discusión en estos días ha estado centrada en cómo las brechas en educación se han mantenido, pero se ha dejado de lado un sistema de evaluación y un currículum escolar, que más que una ayuda ha sido parte del problema, ya que ha empobrecido los aprendizajes y ha transformado a los establecimientos en centros de entrenamiento para responder pruebas estandarizadas, que solo cubren ciertos contenidos específicos, dejando completamente fuera la experiencia de los establecimientos educacionales.

Por lo mismo, esos 100 colegios privados con mejores puntajes no tienen mucho que sentirse orgullosos por su administración y/o gran proyecto educativo, así como quienes obtienen grandes puntajes en el Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE), ya que responden a estrictos sistemas internos de selección, que no hacen otra cosa que filtrar estudiantes desde muy pequeños, para así entrenarlos de manera más fácil y lograr altos puntajes.

Una situación muy distinta a lo que ocurre en establecimientos con financiamiento público, tanto por los administrados por municipios y servicios locales de educación, como los llamados particulares subvencionados, los cuales están obligados por la ley de inclusión a no hacer procesos de selección, lo que evidentemente los hace tener una mayor diversidad de estudiantes y a tener puntajes mucho más bajos a nivel general que los particulares pagados.

Si bien esto pareciera una obviedad, para los sectores más neoliberales no lo es, ya que siguen afirmando que el problema pasaría meramente por un mayor financiamiento al sector público, y no a un perverso sistema de selección, que justamente permitió que los llamados colegios emblemáticos públicos tuvieran los buenos resultados en su momento, aunque la derecha diga que la baja de los puntajes de esos establecimientos sea por el aumento de la violencia escolar.

Es lo ocurrido con el Liceo Augusto D’Halmar de la comuna de Ñuñoa, el cual es de los pocos colegios públicos que aparece en el ranking de los 100 con mayor puntaje en la prueba PAES, ocupando el lugar 15 nada menos, pero que su director, Jaime Andrade, se encuentra suspendido de sus funciones, precisamente por denuncias por generar mecanismos de selección, lo que estaría violando así la ley de inclusión.

Ante esto, se podrá decir que esta nueva prueba de selección (PAES), a diferencia de las anteriores, está mucho más centrada en medir competencias y habilidades más que contenidos, además de poner su énfasis en los recorridos académicos, apelando a una evaluación interseccional mucho más amplia, no obstante, sigue siendo muy insuficiente para pensar una educación más integral, que se haga cargo de los grandes desafíos que tenemos en la actualidad (crisis climática, crisis migratoria, racismo, violencia sexual y de género, desigualdades)

En consecuencia, la correcta aplicación de la ley de inclusión, un mayor fortalecimiento de la educación pública y una mejor evaluación no bastan en la medida que no vaya acompañada también de una reforma curricular, que nos abra una oportunidad de repensar otro tipo de educación y un modelo de evaluación distinto, mucho más situado a los territorios y a la diversidad existente, dejando atrás un currículo profundamente centralizado, reduccionista, extenso, descontextualizado y que fomenta una perversa competencia entre estudiantes y colegios.

En otras palabras, lo que se trata es de dejar atrás el paradigma racionalista y funcionalista imperante, centrado en contenidos separados unos de otros, que termina fragmentando los aprendizajes y viendo al estudiante como un recipiente para llenar contenidos y al profesor como un reproductor de materias, para dar paso a una mirada relacional y transformadora, que genere una ecología de saberes, entregando así una educación para la vida y no para obtener un mero puntaje en una prueba.

Dicho esto, el eje de un nuevo curriculum escolar debiera estar centrado en la transversalización de áreas del conocimiento, mediante trayectorias escolares por ciclos de aprendizajes, y no por asignaturas y niveles, permitiendo así que los estudiantes desarrollen aspectos como la oralidad, la escritura, el pensamiento crítico, la creatividad, el juego, la vida saludable, el autoconocimiento, el trabajo colaborativo, la innovación, la empatía, la valoración de la diferencia, la conciencia socioambiental, el cuidado de la vida, entre muchos otros.

Por último, se debiera generar un nuevo sistema de evaluación de carácter participativo, inclusivo y flexible, que recoja los conocimientos locales y el contexto existente de los establecimientos, permitiendo un acompañamiento real a las comunidades educativas, las cuales en las últimas décadas han sido abandonadas por un currículum ajeno a las experiencias concretas de quienes son parte fundamental de los aprendizajes.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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