Por: Giovanni Calderón B. Director Ejecutivo de la Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático
Chile atraviesa el momento más difícil desde que la pandemia del COVID-19 llegó a nuestro país en marzo, sin embargo, otra crisis avanza en silencio y parece no tener freno: la megasequía que afecta a gran parte del territorio, pero con mayor fuerza en la zona central y que se ha transformado en la peor desde 1915.
Si bien, en un clima mediterráneo como el de nuestro país, la sequía es algo común, ya cumplimos 10 años de escasez extrema de lluvias, lo que bajo ningún parámetro es un escenario normal y ha terminado afectando no solo el consumo para las personas, también a los caudales de los ríos, las cuencas y distintos sectores industriales como la agricultura, vitivinícola, forestal y la minería, a esto se suman los efectos adversos del cambio climático, como el aumento de las temperaturas. En concreto, se ha generado la mezcla perfecta para que la situación se vuelva un “terremoto silencioso”.
Por eso hoy, como cada 17 de junio se celebra el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, fecha con la cual Naciones Unidas busca concientizar acerca de las iniciativas internacionales para combatir estos fenómenos, este hito nos recuerda que se puede neutralizar la degradación de las tierras y la adaptación frente a la sequía, mediante la búsqueda de soluciones con una firme participación de las comunidades y la cooperación en todos los niveles.
Para el 2025 dos tercios del mundo vivirán en condiciones de “estrés hídrico” y 1.800 millones de personas experimentarán una escasez absoluta de agua, según cifras de la ONU. Asimismo, la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD) indicó que de aquí al 2050 más del 90% de los ecosistemas naturales del mundo serán transformados para otros usos, lo que podría implicar que a causa de la desertificación, millones de personas deban desplazarse de donde viven si no se gestiona de buena manera la tierra y sus recursos.
Frenar la degradación de nuestros suelos mediante la rehabilitación de tierras, la expansión de terrenos gestionados sosteniblemente y el incremento de iniciativas de reparación, es una de las principales vías hacia una mayor capacidad de adaptación y un mejor equilibrio ecológico.
De igual importancia es enfrentar la sequía que afecta a nuestro país y que afecta a más del 72% de la población, equivalente a más de 55 millones de hectáreas. La sequía corre de forma paralela a la crisis sanitaria y no podemos desentendernos, por eso en la Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático estamos trabajamos continuamente en Acuerdos de Producción Limpia (APL) que incorporen la eficiencia y seguridad hídrica.
En este contexto se enmarca también el compromiso del gobierno a través de las NDC (Contribución Determinada a Nivel Nacional) de manejar y recuperar 200 mil hectáreas de bosque nativo y forestar otras 200 mil hectáreas, acciones que en conjunto con el Ministerio de Agricultura y otros servicios de la industria del agro, buscan revertir y mitigar el proceso de desertificación en el país.
Hoy el llamado es a la acción con simples, pero eficientes medidas, que todos podemos aplicar: cuida el consumo de agua, no desperdiciemos ni dejemos llaves abiertas; protege la vegetación y reforesta con plantas nativas que requieren poco mantenimiento, contribuyen a la regulación hídrica y conservan la biodiversidad. No olvidemos que el futuro del planeta y de las generaciones futuras depende de las decisiones que tomemos hoy.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.