Por: Carlos Cantero O. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Exalcalde, Diputado y Senador. Ex Vicepresidente del Senado de Chile
Debo confesar que, cuando terminó el gobierno de Sebastián Piñera, pensé, en mi fuero íntimo, que sería muy difícil que Chile tuviera un gobierno peor que ese. La falta de liderazgo, el ensimismamiento endogámico, débiles y erráticas políticas públicas, falta de sintonía con la gente, abrieron en el país raudales de males que, ahora, impactan gravemente en la sociedad, en su economía y relacionalidad.
Pero, superada la instalación del Gobierno de Gabriel Boric, veo con preocupación -pleno de incertidumbre- el futuro de Chile. Todos los indicadores muestran que estamos frente a un gobierno todavía peor, sigue el vacío de liderazgo, estamos ante un equipo de gobierno inexperto y atolondrado, carente de unidad estratégica y gestional, preñado de mediocridad en el hacer.
Mala cosa para Chile. El quiebre en las confianzas políticas es alarmante, entre la ciudadanía y la política; entre gobierno y oposición; al interior del gobierno; al interior de la oposición; con una pléyade de movimientos ciudadanos y seudo-partidos ciudadanos, que terminaran fragmentando aún más nuestra democracia y debilitando la necesaria unidad de doctrina y de gestión que se requiere, para enfrentar los duros desafíos que se presentan.
El poder político cada día tiene menos de poder y más de farándula. No importan las acciones sino que la cuñas y apariciones en los medios. Es el imperio del individualismo, del egoísmo materialista, el destierro del bien común, reemplazado por el bien individual, se imponen los intereses de grupos.
Los partidos políticos sufren de una grave corrupción ideológica, responden más a la banalidad, el desdén, la mediocridad y una cultura egótica. Los principios y los valores son cosas añejas. Los valores han mutado en precios, todo está mercantilizado, incluso la política y el servicio público.
Se impone sin contrapeso el nihilismo, negación de toda creencia o todo principio moral, religioso, político o social. Sincrónicamente se instala la secularización, debilitamiento de los signos, valores o comportamientos que se consideran propios de la cultura. El hedonismo reina implicando una ética que entiende el bien identificado con el placer sensorial e inmediato.
La subjetividad de la persona es “la presa” del depredador actual, el cebo es el consumismo. A la crisis social, ética, política y económica, se adiciona el peligro de la narco cultura con sus miserables consecuencias, ya entronizada y consolidada en la sociedad chilena, con secuela de violencia negada por la sociedad.
Todo esto en un contexto económico complejo. Espero que el Gobierno supere la grave fractura generacional, institucional y digital. Que se abra al diálogo y la colaboración, que se supere la soberbia y la mediocridad, por el bien de Chile y los chilenos. La colaboración depende mucho de si hay interlocución y disposición válida. No es posible si solo se valida a los que quieren confrontar. Tampoco se puede ayudar a quien no quiere ayuda.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.