Por: Manuel Baquedano M. Presidente del Instituto de Ecología Política
Hasta ahora, los seres humanos hemos fracasado en estabilizar el aumento de la temperatura del planeta. Ya no controlamos su evolución o, mejor dicho, hemos perdido la oportunidad de hacerlo. El Acuerdo de París de 2015 está prácticamente muerto y en lo que va del año 2024, el aumento de temperatura registró 1,65°C por encima de lo normal.
En este contexto, no nos queda más opción que prepararnos para una etapa que denominamos de “adaptación profunda”. Si deseamos sobrevivir al colapso civilizatorio en curso, la iniciativa tendrá que provenir de la ciudadanía, ya que la clase política y económica, de todos los colores, no ha sabido ni querido hacerlo.
¿Qué podemos hacer?
La esperanza es lo último que se pierde y más aún si mantenemos una esperanza activa. La adaptación profunda busca establecer un nuevo hábitat para una civilización reconciliada con la naturaleza.
A diferencia de las etapas anteriores de la crisis climática, en la actualidad vivimos un período de adaptación que oscila entre los 1,5°C y los 2°C. Hasta ahora había sido predominante la mitigación sostenida por la ciencia y la tecnología. Este escenario ya cambió. A partir de ahora tendremos que afrontar una etapa fundamentalmente centrada en el cambio social, lo que implicará establecer nuevas formas de vida que estarán enfocadas en reducir y eliminar aquellas actividades o mercancías que no respetan los límites de la naturaleza.
Si la mitigación nos ha traído el bienestar, la adaptación profunda nos traerá simplemente la supervivencia, como señaló Sir David King, el máximo científico climático inglés contemporáneo.
Como he mencionado en otras oportunidades, los fenómenos climáticos extremos como las inundaciones, sequías y las olas de calor o de frío serán cada vez más frecuentes por los aumentos de sobrecalentamiento de la Tierra. Entonces, ¿qué podemos hacer como ciudadanos?
A nivel nacional, decretar la emergencia climática y asumir la necesidad de prepararnos, ya que el clima está fuera de nuestro control. A nivel comunal, establecer planes de autoabastecimiento de elementos básicos. Y a nivel de la ciudadanía, partir por lo principal: armar una mochila de emergencia para las primeras 72 horas.
Tal como lo define el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (SENAPRED) cada persona “debe prepararse para ser autosuficiente por tres días”, sobre todo cuando el plan no contempla la evacuación a un albergue. Esta es la lista de los elementos básicos que se deben tener:
- Una linterna a dínamo o en lo posible sin baterías.
- Una radio portátil pequeña con pilas de repuesto.
- Un cortaplumas multiuso que incluya herramientas.
- Un silbato de plástico (evitar los silbatos de acero en zonas bajo cero grados).
- Una cuerda de diez metros.
- Botiquín que responda a las capacidades y necesidades personales.
- Útiles de aseo personal.
- Agua (dos litros por persona por día) y alimentos (conservas, barras energéticas, deshidratados).
- Ropa de abrigo (primera capa, ropa de abrigo para lluvia y manta de abrigo).
- Llaves, documentos personales y dinero en efectivo.
Esta es una lista muy básica para comenzar a transitar por el camino de la preparación y la adaptación profunda. Y tengamos presente que la era de la escasez estará marcada por el aumento de los precios de los artículos de primera necesidad. El nuevo bienestar incluirá cada vez menos cosas. Desde ahora, podemos aprender a vivir mejor con mucho menos.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo