Por: Romanina Morales B. Directora Nacional del SENCE
La revolución tecnológica o 4.0 llegó para quedarse, redefiniendo en todo momento el mercado laboral en Chile y el mundo, con los llamados “empleos del futuro”, que emergen de la interacción entre estas nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o la robótica, con la estructura productiva y socioeconómica de los distintos territorios.
Junto con esta revolución, debemos considerar el progresivo envejecimiento de la población que, sumado a la incorporación de la mujer al mundo del trabajo en condiciones de igualdad, requerirá cada vez de más servicios de cuidados remunerados. El cambio climático, en tanto, presionará por una economía más verde, modificando nuestros procesos productivos y perfiles laborales.
A diario asistimos a veloces cambios que impactan en el mundo del trabajo en distintos niveles, los que lejos de atenuarse, se profundizarán en el transcurso de los próximos años y décadas.
Desde un punto de vista agregado, los estudios y proyecciones a nivel nacional e internacional indican que esta nueva revolución creará más puestos de trabajo de los que destruirá. Sin embargo, podría producir grandes desajustes a nivel microeconómico, desplazando o precarizando a muchas personas en sus trabajos, si no desarrollamos programas adecuados de reconversión laboral y protección social.
Los puestos de trabajo y competencias laborales que se verán menos afectados por la revolución tecnológica son aquellos atributos humanos más difíciles de imitar y reemplazar por parte de las máquinas, como los vinculados a las habilidades socioemocionales, la creatividad y la capacidad de responder en contextos cambiantes y dinámicos.
Por otra parte, hemos visto que la digitalización de la economía ha generado un crecimiento muy importante de los puestos de trabajo vinculados a las tecnologías de la información, y también hemos sido testigos de que muchas de las soluciones tecnológicas son un complemento y una ayuda para realizar nuestras tareas, contribuyendo a aumentar nuestra productividad.
Creo que podemos estar optimistas sobre el desarrollo e impactos de esta revolución en el trabajo, pero siempre atentos a que nadie se quede en el camino y construyendo los acuerdos para esta transición desde un diálogo social amplio y generoso. Este proceso puede ser el trampolín que necesita Chile para dar un salto al desarrollo si lo sabemos aprovechar bien.
Tenemos buenas capacidades instaladas para transitar hacia un nuevo modelo de desarrollo más intensivo en capital humano y habilidades más avanzadas. Debemos apostar e invertir en la formación de nuestro país: es la mejor herramienta para reducir la desigualdad y salir de la trampa de los ingresos medios.
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