Por: José Miguel Ansoleaga. Director de estrategias en REPLICA y Director de sostenibilidad de la Fundación Comunidad para el Desarrollo
Santiago enfrenta una encrucijada. La expansión urbana sin control, la contaminación persistente, la crisis hídrica y la desigualdad socioambiental nos obligan a repensar su desarrollo. Sin una estrategia clara y de largo plazo, la ciudad seguirá atrapada en un modelo que perpetúa estos problemas, profundizando los efectos del cambio climático y deteriorando la calidad de vida de sus habitantes.
La sostenibilidad no puede seguir siendo un concepto aspiracional ni una lista de buenas intenciones dispersas. Necesitamos un plan integral que transforme a Santiago en una ciudad resiliente, equitativa y ambientalmente viable hacia el futuro.
La urgencia de una estrategia de sostenibilidad radica en la velocidad con la que se están acumulando los problemas. La contaminación del aire sigue afectando la salud pública, la escasez de agua se agrava año tras año y la movilidad urbana sigue dominada por un modelo ineficiente que privilegia el uso del automóvil.
Mientras tanto, la falta de planificación territorial ha llevado a que algunos sectores de la ciudad cuenten con abundantes áreas verdes y acceso a infraestructuras sostenibles, mientras otros siguen atrapados en la precariedad.
No es casualidad que los efectos de las olas de calor golpeen con más fuerza a las comunas con menor cobertura vegetal ni que la calidad del aire varíe dramáticamente de un sector a otro. La desigualdad ambiental es una realidad que no podemos seguir ignorando.
La clave para revertir este escenario está en la planificación y en la articulación de esfuerzos entre el sector público, privado, la academia y la ciudadanía.
Santiago necesita una visión común que trascienda los ciclos políticos y se convierta en una política de Estado, con objetivos claros, medibles y alineados con estándares internacionales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y los compromisos climáticos de Chile. No basta con sumar iniciativas individuales; la ciudad requiere un plan estructural que aborde los desafíos desde su raíz y que asegure una transición justa hacia un modelo urbano más sostenible.
Las oportunidades para avanzar están al alcance, aunque requieren decisión y voluntad política. La movilidad sustentable debe ser una prioridad, impulsando el transporte público eléctrico, la intermodalidad y la expansión de ciclovías bien diseñadas que conecten de manera eficiente la ciudad.
La gestión del agua, en tanto, exige medidas urgentes para la recuperación de ríos y quebradas, la implementación de tecnologías de reutilización y la eficiencia en el uso de recursos hídricos tanto en el sector industrial como en el agrícola y doméstico. Al mismo tiempo, la infraestructura verde debe dejar de ser un elemento decorativo y convertirse en una solución estructural para mitigar los efectos del cambio climático, mejorar la calidad del aire y reducir la isla de calor urbana.
Es imperativo, además, que la economía circular sea un eje transversal en la estrategia de sostenibilidad de Santiago. La gestión de residuos sigue siendo un problema grave que podría convertirse en una oportunidad si se implementan sistemas eficientes de reciclaje, reducción de desechos en origen y modelos de producción más responsables. La construcción y el desarrollo inmobiliario deben incorporar criterios de eficiencia energética y materiales sostenibles, mientras que las industrias deben acelerar su transición hacia modelos bajos en carbono.
Pero ninguna de estas transformaciones será posible si no se garantiza una planificación urbana que promueva la equidad territorial. Santiago sigue siendo una ciudad segregada, donde las oportunidades no son las mismas para todos. El concepto de “ciudad de 15 minutos”, en el que cada persona pueda acceder a servicios básicos sin recorrer largas distancias, debería guiar el desarrollo futuro, evitando la expansión descontrolada y fomentando la densificación equilibrada con criterios de sostenibilidad.
Para que esta estrategia se materialice, es fundamental un compromiso multisectorial. La sostenibilidad no puede depender solo de los gobiernos de turno ni de la iniciativa de algunas empresas visionarias. Es necesario un pacto que involucre a todos los actores y que garantice mecanismos de financiamiento, incentivos para la inversión en proyectos sustentables y una gobernanza metropolitana que supere la fragmentación municipal que ha dificultado la ejecución de planes integrales.
El llamado a la acción es claro: no podemos seguir postergando las decisiones que definirán el futuro de Santiago. La ciudad necesita una transformación profunda y estructural, basada en criterios de sostenibilidad y justicia ambiental. Es momento de que las autoridades, las empresas y la sociedad civil asuman su rol y trabajen en conjunto para construir un Santiago Sostenible. La oportunidad está frente a nosotros, pero el tiempo se agota.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo