Por: Giovanni Calderón Bassi. Director ejecutivo Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático
El próximo año se cumplirá un cuarto de siglo desde que el mundo logró ponerse de acuerdo en la necesidad de adoptar medidas para controlar los efectos de la acción humana en el clima. Si bien la conciencia de que la actividad humana estaba afectando el ecosistema del planeta es muy anterior, fue solo con la entrada en vigencia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, el 21 de marzo de 1994, que finalmente los países trazaron una hoja de ruta para trabajar en serio en un problema que se hacía cada vez más apremiante.
Esa Convención dio origen a una sigla que se hará recurrente en los oídos de los chilenos: COP. La Conferencia de las Partes o COP, por su sigla en inglés (Conference of the Parts), es el órgano máximo de la Convención sobre Cambio Climático, una especie de asamblea general a la que concurren todos los países signatarios del tratado y en la cual adoptan decisiones que significan compromisos de mitigación y adaptación al indesmentible fenómeno del calentamiento global, como consecuencia de la acción antrópica.
De estas conferencias surgieron el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París. El primero buscaba la reducción en un 5% de la emisión de gases de efecto invernadero, en relación a los niveles del año 1990. Sin embargo, el compromiso sólo sería obligatorio cuando lo suscribieran los países responsables de, al menos, el 55% de las emisiones de dióxido de carbono, hecho que recién ocurrió con la ratificación de Rusia en noviembre de 2004, habiendo previamente conseguido que la Unión Europea pagara la reconversión y modernización de sus instalaciones.
Este tratado, que se pensó en dos períodos para efectos del cumplimiento de las metas, termina su segundo período de aplicación el 31 de diciembre de 2020, pero con un escaso compromiso de países industrializados como Estados Unidos, Rusia y Canadá, que no respaldaron la prórroga.
Y así, en la XXI Conferencia sobre Cambio Climático celebrada en París, surgió el famoso acuerdo que hoy llena las planas de los medios de comunicación, que entrará en vigencia al término del Protocolo de Kioto en 2020 con el objetivo de mantener la temperatura media mundial “muy por debajo” de los 2 grados Celcius, en relación a los niveles anteriores al inicio de la Revolución Industrial.
Esa meta, que ya parecía ambiciosa y difícil de cumplir, hoy resulta completamente insuficiente. La evidencia científica, recopilada por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, demuestra que, al ritmo al que vamos, en algún momento entre el 2032 y el 2050, habremos superado los 1,5 grados.
En este escenario de urgencia, se realizó la 24ª Conferencia de las Partes en Katowice, Polonia, en que la delegación chilena, liderada por la ministra de Medio Ambiente Carolina Schmidt, tuvo una distinguida participación en la negociación de un instrumento clave para hacer efectivos los compromisos asumidos por los países en el Acuerdo de París: el libro de reglas.
Cuando se cumpla medio siglo desde que el mundo finalmente tomó conciencia de la necesidad de una acción conjunta para combatir el calentamiento global, nuestro país recibirá a los delegados de todo el mundo con una sola misión: aumentar la ambición de las metas de reducción de emisiones.
Así como la ambición del hombre por conseguir riqueza afectó negativamente al medio ambiente, hoy la ambición de seguir disfrutando el planeta es el único camino viable para que las futuras generaciones tengan la oportunidad de disfrutar la tierra prometida.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.