Por: Víctor Bórquez Núñez – Periodista, Magister en Educación, Master en Comunicación. Director de Vinculación y Comunicaciones de la Universidad de Antofagasta
En el panorama actual, donde la sociedad completa se encuentra acomodándose respecto de la aparición de nuevos modelos y comportamientos, insistir en que la educación y la cultura constituyen la clave para construir el futuro no es solamente una declaración meramente formal. Es una inevitable verdad.
Porque resulta evidente que, cualesquiera sean las formas en que se administra la educación superior regional, su incidencia en la construcción de una nueva realidad es inevitable. Las universidades en el seno regional conforman una palanca demasiado poderosa que llega a definir muchos de los acontecimientos que las mueven, ya sea para bien o para mal.En este contexto, el papel que les corresponde a las universidades regionales cobra una relevancia sustantiva, sobre todo cuando adquieren de manera decisiva un compromiso adicional a los tradicionalmente reconocidos: ser garantes de entregar una respuesta a las siempre presentes necesidades de cada zona geográfica, con plena responsabilidad y claridad de objetivos.
Es por lo señalado que se concibe a las universidades regionales como una tarea inconclusa, allí donde sobra vocación e identidad con el entorno se choca con la escasez de recursos que posibiliten la concreción de los sueños.
Todo esto se dificulta, además, cuando estamos viviendo cada día de modo más acentuado, la pérdida de credibilidad en las instituciones tradicionales y el desgaste -por decir lo menos- de las confianzas en todos los ámbitos, donde por cierto están incluidas las casas de estudio superior. A ello sumamos lo cambiante del conocimiento actual que obliga a estar redefiniendo los contenidos universitarios que implica replantearse la función primera de la universidad en la región, repensar su misión y su espíritu.
Como sea, creemos y vivimos desde la región el estar haciendo patria en el seno de una universidad regional, empeñada en romper los modelos tradicionales centralistas y asumir su ser en este panorama mundial en donde no existen fronteras, todo el conocimiento fluye por el espacio virtual y en donde los valores, sentimientos y comportamientos son, por desgracia, sustituidos a veces por estándares que nada dicen de la realidad social, económica, geográfica y afectiva en que transcurre el quehacer de la universidad enclavada en el concierto regional.
Así, soñar y construir universidad en las regiones sigue siendo, por desgracia, un reto más que un estímulo. Una tarea que no ha concluido.